Wednesday

cocinado con Gabriel Salazar


Los grandes movimientos de masas hacen un estupendo spaguetti social, pero solo los movimientos ciudadanos son capaces de cocinar instituciones autenticamente gourmet. Es mas o menos eso lo que entendí de la entrevista que daba el historiador Gabriel Zalasar a CNN Chile hace unos días.

De cualquier forma, como a todos nos encanta el spaguetti (quizás un poco mas de la cuenta), dejo mi receta "Errico Malatesta" de 13 minutos para fideos con con salsa de tomate:

1) Ponga a cocer un paquete de spaguetti 5 en una cacerola de buen tamaño.

2) Coloque dos dientes de ajo boca abajo bajo la hoja de un cuchillo enorme y aplástelos de un puñetazo.

3) Estando la pasta al dente -puede averiguarlo si al lanzar contra la parede un fideo, este se queda adherido un momento antes de caer- cuélela colocando una taza para recoger algo del agua hervida. A continuación vierta abundantes cantidades de aceite de oliva en la misma olla y sofría levemente el ajo previamente machacado junto a una lata de atún (aunque no me simpatiza que así sea, es importante que se trate de lomitos), y si Ud. es perfeccionista, también tres anchoas.

4) Luego -esta es mi parte favorita- despanzurre entre sus manos tres o cuatro tomates maduros sobre la olla y añada el agua recogida anteriormente. Agregue a la salsa la misma cantidad de sal que de azúcar y revuelva canturreando exageradamente alto y alegre cualquier canción italiana que se sepa hasta que la salsa comience a burbujear. Finalmente agregue la pasta del colador, mezcle bien y a servir!

Es recomendable servir los Malatesta con queso rallado, oregano y acompañarlos con generosos vasos de vino tinto en botella verde.

Sunday

un café bien dulce


La tarde del sábado me la pasé viendo Friends y repeticiones de partidos de fútbol antiguos. En determinado momento sonó el teléfono. Era un viejo amigo a quien me sorprendí mintiendo automáticamente cuando preguntó por lo que había hecho durante la tarde.


"¿Que qué hice por la tarde? Mmm... nada fuera de tomar café y reírme con Gargatúa y Pantagruel", recuerdo haber respondido mirando el libro que descansaba aun sin ser abierto sobre el velador, junto a una taza con rastros de café y azúcar pegados al fondo .


Luwding Wittgenstein escribió que decir la verdad no supone un esfuerzo mucho mayor del que implica tomar el café sin azúcar. Lo que no recuerdo bien es si agregaba que por eso le llamaba la atención su marcada tendencia a decir mentiras, o bien, a echarle dos cucharadas de azúcar al café.





A mi lo que me preocupa realmente es la costumbre que he agarrado ahora último de no leer los libros que pido en la biblioteca y en vez de ello limitarme a mirar sus tapas como si fueran programas de televisión, siendo que leerlos significaría apenas mas esfuerzo que decir la verdad en vez de mentir.


Finalmente creo que hay bebidas que nacieron para ser amargas, vgr. el mate, pero no es el caso del café. En mi opinión la mejor forma de endulzar un café es colocarle bastante azúcar o, tanto mejor, leche con-densada una vez que esta servido y no revolverlo si no a lo sumo agitar la superficie. Beber café se transforma así en una experiencia de dulzor in crescendo que arranca desde la amargura. Con las mentiras ocurre algo similar: hay que endulzarlas por lo menos con dos cucharadas de verdad y no darles muchas vueltas.

Friday

macaroni & cheese


Diría que cuanto menos el 26, 4 % de mi bagaje cultural proviene de la televisión y el cine yanquis de finales del siglo XX, por lo que a nadie debería extrañar que me haya sentido profundamente emocionado el otro día cuando en la sección de ofertas importadas del supermercado encontré cajas y cajas de macaroni & cheese en forma de dinosaurios promocionados por Garfield quien aparecía en el anverso disfrazado de cavernícola exclamando la extrañísima frase:


Dinosaurs are delicious!


Mi desmedido entusiasmo por aquella comida pop, sumado al hecho de que el precio era una ganga confabularon para que saliera con sendas bolsas plásticas repletas de cajas de macarrones con queso. El menú de la cena de aquel día no resultará un misterio desde luego.


Debo hacer hincapié en que pese a seguir escrupulosamente las instrucciones del reverso del envase, lo que apareció al destapar la olla solo podría describirse como un grumoso licuado amarillo apestoso a cheddar sintético, que en aquel momento parecía muy dispuesto a saltarme a la cara como en la película Alien el 8º pasajero.


No soy ningún cobarde, así que probé una cucharada de los infames macarrones y para mi sorpresa, no sabían tan horrible como creí, lo que me dejó algo mas conforme al regalarle mi cena al perro de la vecina, ya que pensé que mi despensa atiborrada de cajas de macarrones con queso constituía un buen aprovisionamiento en caso de fin del mundo.





Creo que seguiré escuchando a Primus de ves en cuando y navegando los mares de queso junto a los ricos, fáciles y conocidos caracoquesos chilenos, dejándome pellizcar de buena gana la nariz por los fríos vientos de la conformidad.


Wednesday

cáscara de platano



Doctor -dijo Shenu imitando la voz del pato Donald-, he realizado dos importantes descubrimientos científicos ayer por la tarde. El primero, de orden sociológico, es la constatación de que el humor clásico sigue causando gracia a la población pese a todas esas patrañas postmodernistas, y el segundo, de carácter metafísico, es que he identificado la característica fundamental del espacio entre el sueño y la vigilia. Puedo adelantarle que no se trata de una pista de hielo como solía pensarse.


Todo ocurrió durante una interesante conferencia sobre el cultivo de repollos en zonas subpolares a la que asistí en representación de mi tío Asclepio, quien sufría desde hacía ya algunas jornadas uno de sus típicos ataques catalépticos. Recuerdo que estaba muy concentrado escuchando al orador disertar sobre algo referente a la malicia de los topos cuando, tras una pestañada que me pareció eterna, resbalé en una cáscara de plátano y caí de bruces mientras mis papeles volaban por los aires. El auditorio estalló en una carcajada general mientras yo, completamente avergonzado y colorado hasta las patillas, buscaba con la vista a la cómica cáscara sin encontrarla y pensaba en lo que dijo una vez Marguerite Duras cuando le preguntaron qué encontraba más irresistible para las carcajadas y la extraña escritora respondió sonriendo tras apurar su cigarrillo: “la piel de los plátanos. La gente se resbala y se rompe las narices. Soy muy clásica”.


Como no encontré la cáscara por ningún sitio concluí que solo podía hallarse en el espacio entre el sueño y la vigilia que había visitado anteriormente sin darme cuenta, y además que la gracia del típico gag de la piel de banana sigue en plena vigencia.


No sé si ocurra lo mismo con el del pastelazo en la cara, pero lo que es un hecho es que el pato Donald nunca ocupa pantalones y pese a ello sale de la ducha con una toalla amarrada a la cintura.




Tuesday

shitwords

Me contaron que mi bisabuela Eloisa, con quien hubiésemos congeniado muy bien de habernos conocido, solía lamentarse de que el sector donde vivía se llamara Churcunco y no San Julián, como a ella le hubiese gustado. Me la imagino mirando con desazón hacia los espigados álamos, a las suaves colinas donde correteaban blancos corderitos o hacia el perfumado arbusto de cedrón, incómoda con la idea de que algo tan bonito tuviese un nombre tan feo.


A mi me pasa algo parecido con las palabras, pero sobre todo con una palabra que sirve para calificar a las palabras que suenan feo, esa que comienza con ca sigue con co y termina con fonía. Para solucionar éste inconveniente a veces empleo la expresión shitword, que no tiene todo eso de término latino prefabricado con materiales de segunda selección.


En el fondo debe ser que la bisabuela Eloisa y yo somos unos snob, aunque yo nunca ocupo la palabra snob porque encuentro muy snob hacerlo.


Mmm…..me esta dando la impresión de que éste blog se esta poniendo demasiado alambicado (obvio: si se pude escribir alambicado es porque hay alambicamiento), por lo que he decidido ponerle un poco de sexo -me preocupa eso que oí decir por la radio a Cesar Aira sobre que él recomienda a los jóvenes escritores que los personajes tengan una vida sexual para que adquieran volumen-, y también algo de violencia explicita y guitarras ruidosas.


Dedicada a una chica borracha, promiscua y de sombrero:





Y también Milk it de Nirvana!

Saturday

Blue House Hotel Bed & Breakfast


Iba caminando por caminar sin poner demasiado de mi parte en esquivar las pozas cuando leí en un viejo letrero:


“Blue Horse Hotel B… “


Lo demás estaba fuera de perspectiva. Quedé maravillado con aquel nombre surrealista que no se porqué asociaba con Marc Chagall, pese a tener la más plumífera idea de si ese ruso ensoñado pintó o no caballos azules. De cualquier forma me prometí que si llegaba a tener otra vez un caballo (historia larga…) lo pintaría de azul. En éstas cosas pensaba cuando el blues me dio un duro swing directo a las narices: al acercarme me percaté con un instantáneo desvanecimiento de sonrisa de que había leído mal y que el letrero decía realmente:



“Blue House Hotel, Bed & Breakfast”


Qué nombre más triste.


Ocuparé éste nombre triste -porque es triste la suerte fría y desechable de la obra de arte en la época de la híper-reproductibilidad técnica- para titular a un compilado de canciones que se salvaron por casualidad del plan de limpieza general de mi computadora. Espero traspasar pronto la compilación a una cinta para que las canciones tengan un hogar de verdad donde vivir, aunque se trate de un triste hotel para vendedores viajeros.








Lado A.

Jessica Simpson – Adam Green

Dress sexy at your funeral – Smog

Premier bonheur du jour- Os Mutantes

Devil Town – Daniel Johnston

Downtown – Petula Clark

I put a spell on you – Screamin’ Jay Hawkins


Lado B.


Different drum – The Stone Ponies

En la sed mortal – Nacho Vegas

Oh! sweet nuthin’ – The Velvet Underground

Tous les garcons et les filles – Francoise Hardy

Fleurette africaine – Duke Ellington, Max Roach, Charles Mingus

Vissions of Johana – Bob Dylan

Smells like teen spirit – Paul Anka


http://www.zshare.net/download/91190060d4e34fee/

Tuesday

http://www.facebook.com/profile.php?id=617479542 (en homenaje a G. Perec)





Recuerdo hoy una acalorada discusión literaria que sostuve hace años con un antipático poeta experto en lógica proposicional y que transcribo a continuación:

Poeta : La literatura no es mermelada de frutilla.-
Yo : La literatura si es mermelada de frutilla.-
Poeta : Desde luego que no lo es.-
Yo : Precisamente lo es.-
Poeta : Por supuesto que no lo es.-
Yo : Por supuesto que si lo es.-
Poeta : No lo es.-
Yo : Lo es.-
Poeta : ¡Qué no!.-
Yo : ¡Qué si!.-
Poeta : Me parece absurdo que no reconozca Ud. que la literatura no es mermelada
de de frutilla.
Yo : Me parece otro tanto que Ud. no reconozca todo lo contrario.
Poeta : (…)
Yo : No (…)

Así disputamos unos cuantos rounds dialécticos más hasta que la cosa amenazó con pasar de la dialéctica al box (hecho que solo fue evitado por mi consideración unilateral de que el honor no estaría ultrajado en la medida en que me largara, desairando a mi oponente, y le negara el saludo a perpetuidad a tan insolente adefesio). Si Georges Perec hubiese estado ahí creo que se habría puesto de mi parte.

Si Perec viviese en nuestros días no dejaría de tener una cuenta en Facebook y le daría un thumb up estados y notificaciones tipo: “tomando tecito con galletas con las amiguis carita feliz”, “pasando aspiradora el dpto”, “ mañana entrevista laboral”, “party mode on”, “pensando en comprarme una bici”, “Dolly Fukin’ Parton y Ca Ca Huates ahora son amigos”, “a Cherry Blossom le gusta Como Hammster Enjaulado y otras dos historias similares”, “ Fuuuuuuuuuuuu… día de mierda! carita enojada”, “lkjsdfljweirfpow´fl´ñwekvjerp`p” o “mmm!!! mermelada de frutilla”.

A Perec los diarios lo aburrían. Decía en L’Infra-ordinaire que hablaban de todo menos de lo diario, que hacían parecer que los trenes no existen hasta que se descarrilan. Para él los estados de Factbook de sus amigos conformarían un perfecto diario de lo infraordinaro.

Supongo que tampoco deben haber sido de su interés las grandes hazañas de la humanidad, repetidas hasta volverse mentira por legiones de profesores de enseñanza media, como la expedición de Magallanes/Elcano por ejemplo. Sin embargo me parece que sentiría mucha curiosidad por la dieta de los tripulantes de aquellas antiguas embarcaciones, reseñada tan escrupulosamente por Antonio Pigaffetta en su “Relazione del primo viaggio intorno al mondo”, que como sabemos estaba integrada fundamentalmente por galleta agusanada, agua pútrida, trozos de piel de vaca, aserrín y con suerte una que otra rata despistada.

Pero que no se crea que el bueno de Pigaffetta solo documentaba asuntos domésticos del interes de Georges Perec, también dedica unas líneas al pájaro negro de la isla de Cebú que se mete en la boca de las ballenas para arrancarles el corazón, a las hojas del árbol de Borneo que tienen vida propia y al árbol existente en el golfo de China donde se posan las Garudas, aves tan grandes y fuertes que son capaces de levantar un elefante y llevárselo volando entre las garras.

El cronista estuvo entre los 18 sobrevivientes de la travesía que regresaron a España, los demás murieron en gran parte de escorbuto –como diría mi simpática profesora de historia "una enfermedad producida jóvenes, por no comerse los vegetales que contienen las vitaminas y minerales que ustedes necesitan"-. Qué suerte tuvo la humanidad de que el gran cronista pudiese hacer llegar tan invaluable bitácora, porque es de suponer que no hubiese estado a salvo en manos de un harapiento y sediento marinero loco. Pero sobre todo, qué suerte la de Antonio Pigaffetta de sobrevivir a tan peligrosa aventura …

Bueno, no se trató de pura suerte en realidad: ha llegado a mis oídos el rumor de que el escritor era un goloso y escondía entre sus papeles uno o dos frascos de mermelada rica en vitaminas que no compartía con nadie. No me consta si era de frutillas, eso solo lo habríamos sabido por su estado de Facebook.

No se si lo anterior pruebe que la literatura sea mermelada de frutilla, pero si que es una cucharita para el té.

nostalgia del Far West

Aveces sufro de Linyeritis, rara patología cuyos síntomas son un veloz crecimiento de barba, ojerosidad y somnolencia, intolerancia al trabajo, humor de perros y aversión compulsiva al agua y el jabón. Un cuadro linyerítico agudo puede dejar al enfermo con un aspecto y humor dignos de un adusto miembro de la tripulación del pirata Barba Negra o de Frank Gallagher, el protagonista de la serie Shameless (UK). Según el doctor Horsestien la enfermedad fue introducida a Latinoamerica por polillas gigantes provenientes de Papua Nueva Guinea, ¿Quien soy yo para contradecirlo?


Unos lunes atrás amanecí aquejado de un acceso de linyeritis por lo que decidí, pese a que no tenía gran cosa que hacer, tomarme el día libre e ir a ver el western animado Rango. Fue una decisión fatal: en el cine, que me figuraba desierto por ser lunes, habían cerca de treinta párvulos montando tal alboroto que me vi obligado a ahuecar el ala y salir de ahí con mi desastroso humor y mi desastroso aspecto otra vez a la luz, esperanzado en tener por lo menos la revancha de darle un susto a alguno de aquellos mocosos, conciente de que mi apariencia –caracterizada habitualmente por un romántico descuido pero en forma alguna horripilante– evocaba al atemporal Viejo del Saco, pero incluso ese pequeño consuelo me fue negado esa nefasta tarde, ya que las sombras cubrieron de anonimato mi retirada. Maldije a aquellos enanos escandalosos e ignorantes, culpables además de que proyecten vilmente dobladas tantas divertidas películas de monitos. Sin mas que hacer arrastré los pies de vuelta a casa, pensando en los westerns que suelen partir con un sucio forastero al que de buenas a primeras le dan la placa de Sheriff que nadie quiere ocupar. Luego se las pasa en grande durante un tiempo fumando, meciéndose en el blanco porche de su oficina, armando y desarmando su revolver y flirteando con Rosselyn o con Sue Jane, hasta que un buen día la banda de forajidos deseosa de asesinar al Sheriff de turno vuelve a asolar el pueblo enmudeciendo a balazos la canción que Rosselyn o Sue Jane canta sentada sobre el piano en la cantina, pidiendo whisky a gritos y amarrando al dependiente del banco a un caballo salvaje que lo arrastrara por la pradera hasta matarlo. Finalmente todo se resuelve a duelo en un fantasmal callejón por donde el viento arrea el polvo y hace rodar la maleza.


Ahora la vida es mas dura para un forastero desaliñado: ya nadie te prende de la chaqueta una estrella dorada y, por otra parte, el hecho de que se haya vuelto como medio ápice más difícil dar con alguien interesado en volarte la tapa de los sesos no nos compensa para nada a cuantos sentimos con Kaw-liga y Tellier la inconsolable nostalgia del Far West.


Sunday

The haircut who wasn't there

Hace un par de entradas elogiaba a mi anciano dentista bolchevique, ahora puedo contar con satisfacción el descubrimiento de un nuevo miembro del Club de Artes y Oficios Leves: el peluquero mudo. Hay una película buenísima de los Coen en la que Billy Bob Thornton hace de un lacónico peluquero, fumador empedernido, que se mete en un lío de proporciones al chantajear mediante una nota anónima al amante de su mujer, amenazándolo con revelar el romance furtivo al marido cornudo, es decir a él mismo. Pero creo que la realidad puede ser aún más extraña y divertida que el cine de los hermanos Coen, así que mejor voy a hablar del peluquero que conocí.

...tal vez no es mudo si no solo gangoso, o a lo mejor tiene una voz de mujer y no quiere quedar al descubierto, pero no hay forma de saberlo, no sin darle un fuerte puntapié en las canillas para ver si puede articular un auch. El caso es que mi nuevo peluquero es un consumado artista de la levedad, absolutamente silencioso, con un rostro sin atributos, circunstancias que invitan a un cliente desconfiado de los cambios y progresos como yo a dejar vagar la imaginación. Así, me puse a imaginar que me reunía en un Café Frente al Rio Calle Calle a charlar con Jorge Herralde, quien deseaba publicar un libro que yo había escrito casi sin darme cuenta llamado "La desatinada empresa de cazar el pato salvaje", obra que desde luego no era ni novela, ni ensayo, ni crónica, ni trip book, pero tenía algo de todos aquellos géneros. Una obra maestra, un clásico instantáneo. Yo pedía un café irlandés y decía a la garzona que me lo sirva sin crema y con mucha Irlanda, ya que no se porque siempre he tenido la idea de que cuando un escritor se entrevista con su editor es necesario que se encuentre tan borracho como le sea posible. Herralde pedía, plagiando flagrante a Bolaño, una infusión de manzanilla.

A estas alturas el peluquero mudo ya comenzaba el ritual de quitarme esa cosa que llamaré guardapolvos a falta de una palabra mejor y escobillarme el cuello con las solemnidades de un gran final. Pese a haber oído trabajar esmeradamente a mi estilista y estar viendo varios mechones de mi cabello tirados por el suelo, el espejo me devolvió una imagen exactamente igual a la con que había entrado a la peluquería. Quedé maravillado y del todo conforme con mi nuevo anterior look, contento ante el panorama de lucir por las calles un exclusivo corte de pelo invisible. De seguro volveré dentro un mes.

Friday

pinball


No es tacañería, es fobia: esta gélida mañana de mayo, haciendo acopio de mis menguadas fuerzas –¡Oh gripe maligna!– me disponía por fin a realizar una serie de diligencias notariales pospuestas hace décadas cuando a pasos de la plaza, logré distinguir a lo lejos a una sonriente voluntaria de alguna institución sin fines de lucro recibiendo donaciones de mis buenos conciudadanos. No podría decir si la colecta era en beneficio del Hogar de la Madre del Recién Nacido, de la Fundación de Apoyo al las Viudas de Héroes de Guerra o la Corporación Nacional Contra La Manipulación Infantil de Juegos Pirotécnicos ya que emprendí inmediata y veloz retirada sobre mis pasos. Para mi mala suerte, y como era de suponer, en casi todas las esquinas de las calles céntricas se encontraban apostadas otras tantas diligentes voluntarias recibiendo monedas en su alcancía y colocando sórdidos stickers en la solapa a los transeúntes que colaboraban.


Tal vez la fobia que experimento ante los actos de caridad en general y las colectas nacionales en particular se deba a algún episodio traumático de mi infancia propiciado por las extravagancias de mis inexpertos padres –como pareciera sugerir el hecho de que no tengo ningún recuerdo al respecto– o por mi finísimo sentido del pudor, rasgo inequívoco de hidalguía y buena crianza.


El caso es que, luego de rebotar como una bolita de pinball por casi todas las esquinas de la ciudad en mi odisea burocrática en pos de un camino seguro a la notaría, tuve una epifanía: “si no tengo monedas estaré a salvo” y, sin más ,me metí a unos videojuegos y le di al pinball hasta quedar en banca rota en lo que a metálico se refiere. Nunca antes un Game Over fué tan bien recibido por mi parte, y como no soy un mero aficionado al juego, se hizo demasiado tarde para las diligencias notariales que pretendía cumplir, las que seguramente van a posponerse en forma indefinida hasta que las fundaciones, corporaciones, la gripe y quien sabe que otra calaña de entes perversos dejen de conspirar en mi contra.