Tuesday

nostalgia del Far West

Aveces sufro de Linyeritis, rara patología cuyos síntomas son un veloz crecimiento de barba, ojerosidad y somnolencia, intolerancia al trabajo, humor de perros y aversión compulsiva al agua y el jabón. Un cuadro linyerítico agudo puede dejar al enfermo con un aspecto y humor dignos de un adusto miembro de la tripulación del pirata Barba Negra o de Frank Gallagher, el protagonista de la serie Shameless (UK). Según el doctor Horsestien la enfermedad fue introducida a Latinoamerica por polillas gigantes provenientes de Papua Nueva Guinea, ¿Quien soy yo para contradecirlo?


Unos lunes atrás amanecí aquejado de un acceso de linyeritis por lo que decidí, pese a que no tenía gran cosa que hacer, tomarme el día libre e ir a ver el western animado Rango. Fue una decisión fatal: en el cine, que me figuraba desierto por ser lunes, habían cerca de treinta párvulos montando tal alboroto que me vi obligado a ahuecar el ala y salir de ahí con mi desastroso humor y mi desastroso aspecto otra vez a la luz, esperanzado en tener por lo menos la revancha de darle un susto a alguno de aquellos mocosos, conciente de que mi apariencia –caracterizada habitualmente por un romántico descuido pero en forma alguna horripilante– evocaba al atemporal Viejo del Saco, pero incluso ese pequeño consuelo me fue negado esa nefasta tarde, ya que las sombras cubrieron de anonimato mi retirada. Maldije a aquellos enanos escandalosos e ignorantes, culpables además de que proyecten vilmente dobladas tantas divertidas películas de monitos. Sin mas que hacer arrastré los pies de vuelta a casa, pensando en los westerns que suelen partir con un sucio forastero al que de buenas a primeras le dan la placa de Sheriff que nadie quiere ocupar. Luego se las pasa en grande durante un tiempo fumando, meciéndose en el blanco porche de su oficina, armando y desarmando su revolver y flirteando con Rosselyn o con Sue Jane, hasta que un buen día la banda de forajidos deseosa de asesinar al Sheriff de turno vuelve a asolar el pueblo enmudeciendo a balazos la canción que Rosselyn o Sue Jane canta sentada sobre el piano en la cantina, pidiendo whisky a gritos y amarrando al dependiente del banco a un caballo salvaje que lo arrastrara por la pradera hasta matarlo. Finalmente todo se resuelve a duelo en un fantasmal callejón por donde el viento arrea el polvo y hace rodar la maleza.


Ahora la vida es mas dura para un forastero desaliñado: ya nadie te prende de la chaqueta una estrella dorada y, por otra parte, el hecho de que se haya vuelto como medio ápice más difícil dar con alguien interesado en volarte la tapa de los sesos no nos compensa para nada a cuantos sentimos con Kaw-liga y Tellier la inconsolable nostalgia del Far West.


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