Sunday

The haircut who wasn't there

Hace un par de entradas elogiaba a mi anciano dentista bolchevique, ahora puedo contar con satisfacción el descubrimiento de un nuevo miembro del Club de Artes y Oficios Leves: el peluquero mudo. Hay una película buenísima de los Coen en la que Billy Bob Thornton hace de un lacónico peluquero, fumador empedernido, que se mete en un lío de proporciones al chantajear mediante una nota anónima al amante de su mujer, amenazándolo con revelar el romance furtivo al marido cornudo, es decir a él mismo. Pero creo que la realidad puede ser aún más extraña y divertida que el cine de los hermanos Coen, así que mejor voy a hablar del peluquero que conocí.

...tal vez no es mudo si no solo gangoso, o a lo mejor tiene una voz de mujer y no quiere quedar al descubierto, pero no hay forma de saberlo, no sin darle un fuerte puntapié en las canillas para ver si puede articular un auch. El caso es que mi nuevo peluquero es un consumado artista de la levedad, absolutamente silencioso, con un rostro sin atributos, circunstancias que invitan a un cliente desconfiado de los cambios y progresos como yo a dejar vagar la imaginación. Así, me puse a imaginar que me reunía en un Café Frente al Rio Calle Calle a charlar con Jorge Herralde, quien deseaba publicar un libro que yo había escrito casi sin darme cuenta llamado "La desatinada empresa de cazar el pato salvaje", obra que desde luego no era ni novela, ni ensayo, ni crónica, ni trip book, pero tenía algo de todos aquellos géneros. Una obra maestra, un clásico instantáneo. Yo pedía un café irlandés y decía a la garzona que me lo sirva sin crema y con mucha Irlanda, ya que no se porque siempre he tenido la idea de que cuando un escritor se entrevista con su editor es necesario que se encuentre tan borracho como le sea posible. Herralde pedía, plagiando flagrante a Bolaño, una infusión de manzanilla.

A estas alturas el peluquero mudo ya comenzaba el ritual de quitarme esa cosa que llamaré guardapolvos a falta de una palabra mejor y escobillarme el cuello con las solemnidades de un gran final. Pese a haber oído trabajar esmeradamente a mi estilista y estar viendo varios mechones de mi cabello tirados por el suelo, el espejo me devolvió una imagen exactamente igual a la con que había entrado a la peluquería. Quedé maravillado y del todo conforme con mi nuevo anterior look, contento ante el panorama de lucir por las calles un exclusivo corte de pelo invisible. De seguro volveré dentro un mes.

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