Thursday

Smoky

Creo que ya he hablado por aquí del menor de mis hermanos, Smoky, a mi juicio uno de los más excelentes especímenes humanos nacidos al sur del sur de América de sur. Lo conozco desde que yo tenía ocho años y desde entonces somos algo así como una compacta brigada de asalto que se entiende en base a mínimas señas y levantamientos de cejas  a la hora de entrar en acción. Me cuesta encontrar algún vicio en Smoky. Quizás, y aunque a mi me parce más bien estupendo, el que milite en las filas de Colo-colo, el clásico rival de la U, el equipo de mis penas y alegrías.

Entre las más altas virtudes de mi hermano, y no tiene pocas, se cuenta la principesca -digo principesca pese a que tanto él como quien escribe somos ardientes republicanos, muy capaces de ponernos a aullar God save the queen contra el viento de las islas Malvinas- capacidad de perder el tiempo encantadoramente. 

Una de las despreocupaciones principales del muchacho consiste en la instalación de extrañas estructuras sobre su bien formada cabeza: una palangana portada con la dignidad del Yelmo de Mambrino, un tricornio de cotillón en él resulta imponente, una caja de cartón cual escafandra, una bufanda escocesa como el turbante de un faquir...

Un día, entre mates y mates, cigarrillos y cigarrillos y sombreros y sombreros, lo oí sentenciar sabiamente por encima de la música de Iggy y los Stooges: 

"Bien visto, cualquier objeto resulta potencialmente un buen sombrero."

Creo que Smoky tiene planificado que su hora final llegue una bonita tarde de primavera, cuando, ganduleando por las calles como solo él sabe hacer, al pasar bajo un balcón se estrelle un frondoso masetero contra su cráneo y él desfallezca en el acto tocado de tan simpático sombrero. 

Espero que su voluntad se cumpla, pero en muchos años más.    

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