Thursday

Milward´s bullet


Rafael, uno de mis más australes e interesantes amigos de Facebook,  a quien no tuve el placer de conocer en persona durante mi estadía en Punta Arenas, subió ya hace algunas jornadas esta foto del Chalet Milward bajo una tenue nevada. El caso es que recién entonces me enteré del nombre y de parte de la historia del edificio en cuyas dependencias había estado, pues ahí funcionaban las oficinas de un popular diario de la ciudad en el que hará cosa de dos años pretendía publicar un anuncio comercial, a decir verdad, mucho más preocupado de sostener mi azarosa forma de vida que del turismo cultural. 

Según me entero por Rafael, el sitio fue mandado a construir por el marino y cónsul británico Charles Milward y se sabe que es una reproducción a escala de cierto castillo escocés. Eso, pero además de que el célebre explorador irlandés Ernest Shackleton se hospedó en dicho lugar para organizar el salvataje de la tripulación de malogrado Endurance, acampada a la sazón en muy precarias condiciones en Isla Elefante. Según fuentes fidedignas, hartos de la foca, los marineros se habrían visto en la urgencia de sacrificar incluso al gatito Chippy, mascota de la nave. Finalmente, al cabo de ocho meses, la tripulación completa fue rescatada gracias a los buenos oficios del piloto Luis Pardo Villalón. 

Aunque las versiones son encontradas -se habla desde un simple disparo fugitivo en una maniobra de limpieza, hasta de un acceso de nervios, francamente disculpable dadas las circunstancias -, lo cierto es que una de las pistolas de Shackleton hizo fuego inesperadamente lo que por poco cuesta, si no la vida, por lo menos la integridad de una de sus orejas al anfitrión británico. Según estudios balísticos de la época, el proyectil habría atravesado un sencillo grabado con perros para luego incrustarse en una de las paredes laterales del living, dejando un agujero visible hasta no hace mucho. 

La historia con sus naufragios polares, castillos escoceses y disparos, me parece atravesada de punta a cabo por aires de Poe y Cortázar, aunque, para suerte de sus protagonistas, todo terminó casi felizmente, sin aterradoras criaturas blancas emergiendo del océano ni sombríos libros abiertos en una página en blanco a las tres de la tarde en punto. Para todos menos para el gato Chippy, claro.  

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