Saturday

novísimas aventuras en el supermercado

Fui al supermercado por comestibles y detergentes en compañía de mi sombra. Nada más llegar descubrí que míriadas de gentes también habían decidido hacer las compras en aquel preciso momento, y,  tras resistir un primer impulso de largarme para volver en momento más propicio, decidí cumplir mi cometido con la mayor celeridad, reuniendo solo lo esencial de la lista de compras y encaminándome a las carreras a la caja rápida (máximo 10 unidades) frente a la cual, ya sin sorpresa, pude comprobar que se extendía  serpenteando por el pasillo una interminable fila de clientes. No soy impaciente ni llevaba mucha prisa; creo que en el fondo, más que la espera, me fastidiaba que los demás compradores gregarios sin excepción, pudieran formar aquellos dudosos equipos, dividiéndose el trabajo de hacer cola y el de localizar los productos ganando tiempo a manos llenas, y yo, solo y ridículamente honrado, no. "¡Cola a los gatos!", maldije más abatido que furioso. Mas tarde tuve tiempo de sobra para refllexionar y hasta para espiar a una chica interesante y cleptómana recordé que una vez, cuando era estudiante y no tenía un céntimo, ideé un emprendimiento que prestaría el servicio de hacer las colas en representación del cliente. Desde luego jamás fué implementado, en parte por reservas morales, en parte por falta de vocación. Me acordé además que por aquella época adquirí el hábito de versionar, en moneda local, aquella cancioncita de Boris Vian. No he cambiado tanto, tampoco mi cuenta corriente

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Wednesday

Mi fobia

¿Mencioné que desde que tengo memoria padezco una extrañísima fobia a las orcas que me impide contemplarlas hasta en pintura sin volver la vista? ¿O que el solo hecho de que existan en Escocia las islas Orcadas magnetiza mi espanto? Pues así es y hoy mis más hondos temores han cobrado cuerpo en los lejanos mares del Este: el fantasma del capitán Ahab ha venido a sentarse a los pies de la cama. Considero seriamente la posibilidad de dejar mi anodina profesión liberal para alistarme en un buque mercante rumbo a la isla de Hokkaido, aunque de momento no reúno el valor necesario para a pulsar play.

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Tuesday

con el pié izquierdo

Hoy me mudé a la nueva casa. Es muy grande para mi solo y hace demasiado frío como para pingüinos (me he visto obligado a hacerme una especie de caperuzaturbante, demás está decir que ridícula, con la bufanda).  Hace un rato me percaté del extravío de mi billetera y con ella parte importante de mis efectos personales y mi ya de por si exiguo capital. Me quedan tres cigarrillos, nada de whisky y sufro un incipiente dolor de muelas. Además por la tarde me he enterado que mi ex novia sale con un tipo que sabe tocar el acordeón (¡el acordeón!). Para variar, creo que me he roto un hombro en el trámite de subir un armario por las escaleras. Podría ser peor pienso , podría ser hincha del Barcelona que hoy a quedado eliminado de la Champions, pero es un consuelo débil, solo un poco menos débil que la conjetura sobre los espíritus chocarreros sospechosos de hurtar mi billetera. No cabe duda de que he empezado con el pie izquierdo en ésta casa; ojalá mejorara mi suerte, porque comienzo a creer, como a aquel tremendo cenizo de la novela de Enrique Araya, que  "fuera de mi alma, lo que más se ha destruido en esta dura jornada de mi vida ha sido mi dentadura" (La luna era mi tierra). Al diablo con el plan de economizar cigarrillos: encenderé uno tras otro, pondré a sonar Bill Callahan y me sentiré miserable a mis anchas.

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Joaquín Murieta y el perro de Pavlov

No se si vértigo -porque las azoteas, los precipicios, los puentes y sobre todo asomarme al vacío para escupir desde ellos son cosas que me resultan muy agradables-, pero lo cierto es que el otro día experimenté un verdadero desbarajuste en mi equilibrio al subir caminado, a la antigua, por una escalera eléctrica averiada. Evaluando la situación, no tuve más remedio que ponerme un tanto apocalíptico frente las manifiestas repercusiones de la tecnología en la vida cotidiana; "en el fondo estamos como el perro de Pavlov y nos babeamos cada vez que oímos la campanita", pensé más tarde, tras comprar un CD del Conjunto Cuncumen para dárselo a mi papá por su cumpleaños. Tal parece que la aventura del centro comercial condicionó directamente la elección del envoltorio para mi regalo: uno de esos pañuelos de tela, de los que ya no se ocupan más que para fines folklóricos, pues el hábito de ofrecerlos a señoritas desconsoladas o sonarse las narices con ellos está tan perdido como la cabeza de Joaquín Murieta.



Aunque no venga mucho a cuento, no puedo evitar expresar sorpresa ante la ingenuidad de mi recuerdo sobre el famoso experimento conductista: según mis recientes investigaciones wikipédicas era mucho más siniestro que el de la campanilla y el bistec descrito por mi viejo manual naif de ciencias. La pintura es tristemente elocuente:





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Sunday

mi catolicismo


Recuerdo un tiempo remoto en que semana santa significaba algo más que una oportunidad para repetirse por enésima vez Ben-Hur por televisión abierta, tiempos de inocente piedad, muy distantes a este catolicismo un poco cínico, más que nada cultural, responsable, por ejemplo, de mi jocoso escándalo ante los reparos de Alfonso de Valdés -apuntados por Javier Azpetia en su prólogo a la antología del Flos Sanctorum de Pedro de Ribadeneyra- frente a la compulsión canonizadora de la iglesia romana y sus flagrantes ecos paganos. Escribe el intelectual de la corte de Carlos V:

"Mirad como hemos repartido entre nuestros santos los oficios que tenían los dioses gentiles. En lugar del dios Mars, han sucedido Sanctiago y Sanct Jorge; en lugar de Neptuno, sanct Elmo; en lugar de Baco, sanct Martín; en lugar de Eolo, sancta Bárbola; en lugar de venus, la Madalena. El cargo de Esculapio lo hemos repartido entre muchos: sanct Cosme y sanct Damián tienen cargo de las enfermedades comunes; sanct Roque y sanct Sebastián, de la pestilencia; santa Lucía, de los ojos; sancta Polonia, de los dientes; sancta Águeda, de las tetas. Y, por otra parte, sanct Antonio y sanct Aloy, de las bestias, sanct Simón y sanct Judas, de los falsos testimonios, sanct Blas de los estornudos..."

(Una estampita de San Blas)

Si tal es mi catolicismo, no debería extrañarme que mi hermana Shimmy -pelirroja, atea y poseedora de una natural aversión por la insinceridad y las medias tintas- se las tome conmigo cada vez que me sorprende santiguándome. "No eres católico", me censura;"si soy", respondo;"no lo eres", replica ella;"lo soy", insisto... y así proseguimos en fraternal disputa hasta que nos entran unas tremendas ganas de agarrarnos por los pelos, como cuando niños.