Tuesday

polilladas

Siempre he dormido con las ventanas abiertas (como Benjamin Franklin, quien suponía que ello le sentaba bien para los bronquios, y muy por el contrario, junto a su gusto por salir de paseo en las noches de tormenta, acabó por matarlo de neumonía) pero estoy pensando en reconsiderar dicho hábito luego de que anoche se colara una polilla de proporciones colosales en mi dormitorio, interrumpiendo violentamente mis sueños con sus frenéticos y bulliciosos sobrevuelos circulares. Lo peor de todo es que los escrúpulos me impidieron dejarla como estampilla en la pared de un librazo (en rigor nabokovazo) y en cambio traté de persuadirla empleando lenguaje de señas de que saliese por la ventana por las buenas, tarea que me causó un serio desvelo por la gran idiotez del animalillo. Deseé saber hablar en políllico, como Gandalf en El señor de los anillos (Ver: http://www.youtube.com/watch?v=tnidHtNzK-0), para entenderme con el insecto en forma más civilizada y aprovechar además de enviar con ella, siguiendo el ejemplo del mago gris, mis recuerdos a una chica entomóloga que conocí el otro día pero no intercambiamos teléfonos. Me quedé dormido bien entrada la madrugada tarareando Polly de Nirvana y me desperté al poco rato en un ojeroso y lamentable estado.

Thursday

la caja de bombones de Franco María Ricci


Borges no perdía oportunidad de hacer ver que su tan elogiada obra, en palabras del autor "eminentemente olvidable", no le hacía perder la cabeza más que sus amadas lecturas. A nadie extrañará entonces esta anécdota, una más dentro al amplio repertorio de las salidas borgeanas, registrada por Alberto Manguel, su lazarillo literario de aquellos tiempos: Una vez, estando yo en casa, el cartero trajo un gran paquete que contenía una edición de lujo de su relato "El Congreso", publicado en Italia por Franco María Ricci. Era un inmenso libro, encuadernado en seda negra, con letras de oro impresas en papel Fabriano azul hecho a mano, con cada ilustración volcada artesanalmente (el cuento había sido ilustrado con pinturas tántricas) y con cada ejemplar numerado. Borges me pidió que le describiese el objeto, escuchó con suma atención y exclamó: "Pero eso no es un libro, es una caja de bombones". Y acto seguido se lo obsequió al tímido cartero.

Borges y Franco María Ricci.

Tal vez no estaría mal terminar éste post justo aquí en la ingeniosa salida borgeana, pero me puse a pensar la siguiente tontería: ¿Y si Borges hubiese dicho corbata italiana en vez de caja de bombones? ¿Después de todo se trataba del regalo de un elegante editor italiano no? Entonces, a pito de tal nadería, recordé que una vez Borges y Parra cambiaron corbatas o que Parra cuenta que Borges lo llevó a comprar una hermosa corbata a su entero gusto y que luego se la quedó él, lo que significó para Parra una especie de lección zen o algo por el estilo, la verdad es que mi memoria y Google no se ponen de acuerdo. Aún así me vuelvo a preguntar inútilmente: ¿Borges habrá estado al corriente de que Parra declaró que, ante Los vicios del mundo moderno ( Poemas y Antipoemas, 1954), su actitud consistiría fundamentalmente en cultivar un piojo en la corbata y sonreír a los imbéciles que bajan de los árboles?