Monday

Escritores que nadie lee

Me he dado cuenta de que las librerías de viejo siempre están bien provistas de obras de Arthur Hailey, Alistair MacLean, Eric Ambler, Joyce Cary, Vicky Baum, Pearl S. Buck, Frank Slaugther, Jesse Stuart, Frank Yerby, A. J. Cronin, Michael Quoist, Jean Lartéguy, Guy des Cars, Anthony Hope, Ira Levin, Hugh Walphole, Bruce Marshall, Julien Green, Guido Piovene, Giovanni Guareschi, Jack Higgins, Axel Munthe, Ivo Andric, Joseph Kessel, Hans Ruesch, Frederick Forsyth, Mary Webb, Virgil Gheorghiu, Erich Maria Remarque, Maxence Van der Meersch, Curzio Malaparte, Pierre Daninos, Colin Forbes, Max Catto, Louis Bromfield, Carl Sagan, Françoise Sagan, Margaret Kennedy, Lawrence Sanders, Lawrence Durell, Gerald Durell, Richard Llewellyn, Zane Grey, Lin Yutang, Jefrey Archer, Tom Clancy, Sidney Sheldon, Jacqueline Susann, Roger Peyrefitte, Pierre Benoit, Jakob Wassermann, Pär Lagerkvist, François Mauriac, Michael Crichton, André Maurois, Lajos Zilahy, Herman Wouk y otros cuyas señas no he sido capaz de retener y que, sospecho, ya nadie lee.

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Friday

Encuentros y despedidas

No sé si a otros les pasará lo mismo, pero a mi los encuentros fortuitos me producen unos estallidos de timidez tan molestos que prefiero evitarlos cada vez que los veo venir. Lo malo es que si la otra persona se da cuenta seguramente pensará, y no sin razón, que uno carece de modales, de carácter o de ambas cosas. Ahora bien, cuando el encuentro se vuelve inevitable solo queda hacer de tripas corazón y ponerse a balbucear las formulas habituales, luego soltar alguna observación sobre el clima, preguntar por el trabajo o por la salud de un tercero, cambiar números de teléfono y, al fin, despedirse expresando deseos de volverse a ver un día futuro e incierto.
Hace unos días acababa de salir de un lance semejante al despedirme con un abrazo de mi buen amigo Jvlivs. Lo había dejado junto al andén a la espera de un bus intercomunal y enfilado a comprar cigarrillos en un kiosko de por ahí. El punto es que a mi regreso pude distinguir su clásica figura a la distancia, aún en el andén, justo hacia donde me dirigía. Recordé entonces aquella anécdota de los indígenas de las islas Gilbert referida por Robert Louis Stevenson: tras haberse despedido de ellos, la falta de vientos lo retuvo tres días en el pequeño puerto de la isla. Durante el transcurso, los indígenas permanecieron escondidos detrás de los árboles, porque las despedidas ya habían tenido lugar y volver a despedirse les parecía increíblemente vergonzoso. Actuando en consecuencia, retrocedí sobre mis pasos y me puse a fumar escondido al costado de una cabina telefónica a la espera de que el bus se llevara a mi amigo. Afortunadamente tardó menos de tres días en partir. 

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