Friday

Trama institucional

Puede que se deba a las exóticas perspectivas que abre aquella forma de ignorancia llamada lejanía, pero se me hace que mientras la política doméstica -o debería decir, su puesta en escena- es de una vulgaridad folletinesca, la foránea, con sus elegantes intérpretes y su convenciones narrativas algo pasadas de moda resulta pródiga en cortes clásicos.
El año pasado nos dejó momentos de incontrovertible belleza y dramatismo, como aquel detalle de una batalla captado en plena discusión entre las bancadas nacionalistas y pro rusas en el parlamento ucraniano.
Ahora bien, dentro del concierto latinoamericano, he oído que en Perú el presidente Humala y la primera dama, Nadine Heredia, protagonizan algo así como su propia versión de Macbeth o, dicho en otros términos, la prensa de oposición insiste en aquella historia, tan vieja como efectiva, del hombre poderoso cuyas determinaciones no obedecen ni al propio criterio ni al de sus consejeros de estado, sino al de su pérfida cónyuge. A mayor abundamiento, me entero de que cierto espía de palacio logró hacerse de las libretas en las que Lady Humala habría apuntado con impecables cursivas todo el andamiaje financiero y literario de sus perversas maquinaciones. Crimen, espionaje y política de alcoba ¡vaya estilo! Por acá en cambio no salimos de los monótonos derroteros de la corrupción peso wétler y, en general, de la embrutecedora medianía socioliberal. Ni ganas dan de reseñar los mezquinos escándalos de la presidenta y su hijo con cara de panqueque crudo quien, en defecto de una primera dama apropiada, solía ocupar el cargo de Director del Área Socio Cultural de la Presidencia hasta antes de caer en desgracia. Recuerdo a un bilioso funcionario de las novelas de John le Carré, Oliver Lacon. Decía él que es mejor evitar el embarazo de los nombres propios; después de todo, para eso están las instituciones.

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Un bar perfecto

De adolescente quería vivir en un edificio fantasmal y fumar melancólicamente acodado en la ventana. Esto, mal que mal, lo conseguí. Lo que no logré, aunque creo que nadie de mi generación lo hizo, fue convertirme en parroquiano de un bar perfecto. Pese a mantenerme convenientemente alejado de cuánto sucucho patrimonial o café literario se me cruzara por delante, fracasé. Una vez estuve apunto de conseguirlo pero, como se dice, el desengaño ensució la nieve. Nunca pude pedir al barman lo de siempre; nunca escribí una nota desesperada en la barra y, por seguro, ninguna chica en minifalda ha entrado sola a ningún café y, tras a encender un cigarrillo tras otro sin hacer caso apenas a su gin tonic, se ha largado conmigo hacia ningún titilante anuncio de neón azul con la o de la palabra hotel apagada. Nunca ningún wurlitzer de mi ciudad tocará La balada del café triste. Habrá que conformarse con Elvis que es bastante bueno pero con él solo no alcanza. Jamás Canción mixteca, jamás Harry Dean Stanton y su mirada vidriosa. Cuanto mucho McCormick, el viejo proyeccionista de la Empresa Nacional del Petroleo, apestando a diablos dormido a mi lado. Esta vida es como una película sin editar a la que le faltan las mejores escenas. En la ciudad china de Hangzhou han aprobado una ley que prohíbe escupir en lugares públicos. El mundo se cae a pedazos.

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Wednesday

El final del desfile animal

Desde cierta perspectiva, la historia del arte podría concebirse como un safari estético o como un zoológico portátil; resulta un hecho que  la animalidad como tema o motivo atraviesa de cabo a rabo el quehacer creativo de la humanidad. Arbitrariamente, es decir, por ejemplo, señalaría las cuevas de Altamira con sus estupendos bisontes, a Aristóteles y Claudio Eliano, eruditos en materia de avejas y peces del mediterráneo, los conejitos de Julio Cortázar y los conciertos para perros de Laurie Anderson y el bueno de Lou Reed. Un destacado lugar en la mencionada tradición artística ocupa el británico Ford Madox Ford (en adelante F.M.F.), de cuya fina sensibilidad zoológica tomé nota años atrás al toparme con aquella observación suya de  que, las más de las veces, la crítica literaria no hace otra cosa que acusar a un jabalí verrugoso, por bien constituido que esté, de no ser en absoluto un elefante. Cuánta razón. Unas semanas atrás, leyendo El final del desfile (1928), esa voluminosa novela sobre la descomposición de un caballero rural ingles con la Primera Guerra Mundial como telón de fondo, pude corroborar con creces mi anterior apreciación. Transcribo parte de la variada fauna que transita entre sus líneas:

Animal en vías de extinción y zorro. 
"(...) terrateniente aficionado a la caza del zorro: ¡un animal en vías de extinción!"

Avestruz y digestión. 
"-Me va a sentar mal el desayuno con estas ideas triangulares-. Pensaba que era capaz de digerir cualquier cosa, que tenía la digestión de una avestruz." 

Ballena parlante y camarón. 
(A propósito de la diferencia de talla entre dos personajes) "Era como una ballena hablándole a un camarón." 

Búfalo prescindible. 
"¿Porqué habría nacido para ser una especie de búfalo apartado de la manada? Ni artista, ni soldado, ni burócrata, ni desde luego indispensable en ninguna parte." 

Caballo forense 
"-¡Pues que el maldito oficial escribiera al cuartel general del Primer Ejército y adjuntase el caballo y la cartuchera como pruebas!" 

Caballos y el miedo. 
"Puedo conducir cualquier vehículo, pero me dan miedo los caballos."  

Carpa exhausta. 
"Boqueaba como un pez. Una carpa enorme e inmóvil que flotase en un tanque de agua." 

Faisanes y mangostas: hábitos alimenticios. 
"El general estaba diciendo: 
-¿Quién te ha contado todo eso sobre la artillería francesa? 
 Tietjens respondió: 
-Usted. ¡No hace tres semanas! (...) 
-Vaya, ¿qué es lo que te he dicho ahora? -preguntó el general-. Espero que no vayas a decir que los faisanes se alimentan de mangostas." 

Ganso farsante. 
"Tenía la astucia que hace fingir a la hembra del ganso salvaje que tiene un ala rota para apartarte de sus crías." 

Gallina y permanencia.
"Se pasa la vida en ese maldito campamento suyo como una gallina incubando sus huevos." 

Gato bélico. 
(Durante un bombardeo) "Para Tietjens era como si hubiese un gigantesco gato desfilando, fascinado y fatídico, alrededor de aquel barracón." 

Gusanos australianos. 
"Estaban hacinados en el túnel, aglomeraciones grisáceas y tubulares... ¡Enormes! Como los gusanos que comen los aborígenes australianos." 

Hipopótamo y artillería. 
"Este (cañón), fuera lo que fuese, disparaba algo que se enterraba y luego volaba el universo entero por los aires con poquísimo ruido y estruendo: tan solo echaba todo por los aires como un hipopótamo." 

Jirafa y emú: un contraste. 
"A Valentine se le pasó por la cabeza la extraordinaria imagen de Silvia Tietjens de pié junto a Edith Ethel, empequeñeciéndola como una jirafa empequeñece a un emú." 

Jilguero mutilado. 
"Dejar que el escándalo se abatiera sobre ella era como cortarle las alas a un jilguero: ese animal vivaz, amarillo, blanco y dorado y delicado que produce una neblina cuando mueve las alas junto a los cardos." 

Mastodontes polemizando
(Bajo fuego enemigo) "Uno se sentía como un enano en mitad de una conversación o una discusión entre mastodontes." 

Mono aristocrático. 
(A propósito de un propietario rural de Yorkshire) "Tenía el aire de un mono disgustado, pero muy habilidoso." 

Oso gris. 
"Ahora, en las habitaciones vacías de Lincoln's Inn (...), aquel hombre estaría inmerso en una niebla gris, dando vueltas como un oso gris en una habitación vacía y tenebrosa con las persianas cerradas. Un problema gris, ¡que la requería!"

Patos estancados. 
"No le  parecía posible que Christopher se limitara a la tranquila devoción por su hermano y su amante después de las emociones que ella le había proporcionado. Era como si un hombre saltara de un sartén a... un estanque de patos."  

Peces, cosas de. 
"Tenía la sensación de que si no veía pronto a algún idiota imperturbable con insignias rojas, verdes, azules o rosas, que tuvieran ojos de pez y preguntase las cosas que preguntan los peces en las peceras, él también se vendría abajo y se echaría a llorar."

Peces y espías. 
"¿Cómo demonios se entrometían esos tipos en momentos de tanta intimidad entre los jefes de las unidades y sus hombres? Se colaban nadando como peces en un tanque lleno de agua marrón y de pronto a su lado... ¡espías!"

Perro y destrozos. 
"Eran odiosos los soldados alemanes, sus servicios de inteligencia y el Estado Mayor le parecían aburridos y grotescos. Unos auténticos cargantes. Le irritaba mucho pensar el destrozo que habían hecho en sus limpias y agradables trincheras. Había sido como cuando sales unas horas y dejas al perro en el salón, y al volver descubres que ha destrozado todos los cojines del sofá. Te entran ganas de darle de palos... Igual que te gustaría darles de palos a los soldados alemanes." 

Perro e indisciplina. 
"Igual que un perro bien adiestrado cuando se le dice que se quede en un rincón y el prefiere otro lugar de la habitación, su imaginación prefería hacer cálculos. Se arrastraba de la alfombra hasta la estera junto al fuego con los ojos fijos en tu rostro distraído... Así era su imaginación. ¡Como un perro!" 

Tigre y pavo.  
"¡El tigre que asecha entre los juncos siempre acaba alzando la cabeza! (salmo) Pero el tigre... parecía más bien un pavo." 

Tejón conyugal. 
"El respondió, revolviéndose como un tejón acosado: 
-No. Me casé con la mujer equivocada." 

Unicornio heráldico. 
"El general lo miró como si fuese el unicornio del escudo real que hubiese cobrado vida."

Urraca campechana. 
"Se acercó a usted con la cabeza ladeada y aire astuto..., como una urraca escuchando junto al agujero en el que ha escondido una nuez."
*** 
No viene mucho al caso, lo sé, pero en París era una fiesta, Hemingway, fuera de chismorrear sobre el mal aliento y esnobismo de F.M.F.,  llega a compararle con un pez. Nada especialmente asombroso si tomamos en consideración que la literatura del caído en Ketchum, Idaho padece una notoria tendencia a las truchas y los peces espada (y a los toros, en menor medida). Doy fe de que cualquier alumno del liceo público donde no aprendí nada habría sido capaz de encontrarle parecidos mejores al gran F.M.F.: su retrato gruñe por si mismo.   

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