Thursday

Mario Benedetti italiano

La prensa internacional informa esta mañana sobre la muerte del poeta Mario Benedetti. Corona virus, para variar. Puede que no admirara a Benedetti, pensé, pero es un hecho que tenía muchísimos e incondicionales fans que estarían de luto,  así que me puse a leer respetuosamente la noticia en un periódico argentino. Casi tuve que  escupir mi café, figuradamente, al percatarme de que en realidad se trataba de otro Mario Benedetti, igualmente poeta, pero no uruguayo sino que italiano. La verdad es que ya me parecía extraño no haber sabido nada del Benedetti latinoamericano en todos estos años, que no hubiese venido a alguna feria del libro o que se pronunciara, digamos, a propósito del presidente de Brasil. Tal falta de notoriedad, descubrí de lo más ingenuamente, se debía a que llevaba muerto desde el año 2009. No quisiera que se piense que me jacto de mi ignorancia, así que dejemos en paz a Benedetti para dedicarle unas palabras al otro Benedetti, el italiano. Después de leer la noticia, que incluye un estupendo poema suyo, quedo con la triste impresión de que el mundo ha perdido a un gran artista cuya escritura, en palabras del escritor y traductor Diego Bentivegna,"surge en una officina, en un verdadero taller poético, uno de los más certeros y más nutrido de herramientas formales de la poesía italiana" contemporánea". La alusión oficinesca ha reavivado la nostalgia que ya sentía por mi oficina perdida. Echo tanto de menos mi puestucho de empleado irrelevante, la complicidad de los colegas, el desorden de clips y carpetas del escritorio, el café horrible, los horarios, el caprichoso aire acondicionado, escribir en los ratos muertos, pero, por sobre todas las cosas, ¡el sueldo!.

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Saturday

Actualidad poética


Ayer, 5 de julio de 9102, asistí a una maratónica sesión de lecturas de poesía emergente. De camino a la Biblioteca Municipal de Santiago, donde era el evento, se me ocurrió que sería interesante jugar un poco con esa manida categoría, la de “poesía emergente”, y organizar un festival o por qué no, fundar un movimiento literario de “poesía sumergente”. Llegué con una hora de retraso, a eso de las 6 de la tarde y me retiré pasadas las 9, con la cabeza bullendo de versos. El itinerario de las lecturas tuvo un dejo asambleísta, democrático por así decirlo: cada poeta subía al púlpito y de espaldas a una diapositiva con su foto y su nombre, sin mayor presentación, declamaba durante unos 10 a 15 minutos. Leían en hojas sueltas, impresas, en cuadernos, lo que supuse manuscritos, y otros tantos directo del teléfono. Hubo quienes alternaron estos soportes. Solo registré a uno que recitó de memoria. Si no me equivoco nadie tenía menos de 16 ni más de 37, la mayoría rondaba los 20. La cantidad de poetas fue levemente superior a la de “poetisas” –no se me ocurren buenos motivos, y desde luego el lenguaje inclusivo no lo es, para seguir llamando poetisas a las mujeres poetas–. La presencia de poetas regionales fue menor aunque no insignificante. Entre dos bloques de lecturas, Mauricio Redolés, en calidad de plato fuerte, hizo lo propio sin prisas. Anoto a la pasada su llamado a jamás firmar con una transnacional. Según Redolés eso le valió que Ricardo Arjona plagiara su poema True egoistic love con nefastas consecuencias para la circulación y recepción de su obra a nivel del consumo de masas. Me pareció que estuvo demás su declamación del clásico ¿Quién mató a Gaete?. Creo que más que el efecto buscado (de broche de oro, imagino), produjo impaciencia. Como me abstuve de grabar mentiría si dijera que retengo algo más que hilachas de sentido, un par de figuras y metáforas y moneditas de 10 pesos. Sin embargo creo haber conseguido capturar prácticamente todos los tonos, registros e intensiones artísticas de lo que escuché. De este modo me he propuesto dar un panorama esquemático de esta muestra, imagino que representativa, del estado actual de la poesía joven en Chile. Agruparé los trabajos oídos en torno 4 categoría que considero suficientemente distinguibles:
a) Poesía amorosa y sentimental.
b) Poesía política.
c) Poesía neobarroca.
d) Otras poesías del Yo.
Partiré por b). Toda tradición poética, y en particular la chilena, se puede examinar a la luz de la noción de compromiso político. Los poemas de este tipo tendieron a asumir lo político más que nada como tema. Se trató de obras que parecían asumir que el rol de la poesía es poner en circulación social la denuncia o enaltecer las luchas contra el poder hegemónico. Percibo cierto conformismo en este tipo de propuestas, una especie de optimismo desmesurado en la eficacia de la poesía como motor de cambio social. Quienes escriben estos textos parecen asimilarlos a armas o consignas revolucionarias obviando el campo de batalla en el que se baten: la lectura individual o la declamación frente a pequeños grupos de convencidos. Aquel presupuesto sobre el lugar de la poesía en la sociedad, imagino, consigue muchas veces bloquear otros caminos para la elaboración de lo político-literario, por ejemplo, el rol de lo social al interior de la obra. Fueron contadas las excepciones en que lo político era más que el tono, el tema o la anécdota: los estilos, procedimientos y estructuras de los versos comprometidos rara vez comulgaban con su vocación combativa. La representación escrita de la oralidad y cierta voluntad lúdica sobre los usos coloquiales del lenguaje y referencias a la cultura pop bien podrían agotar este rubro.
La embriagada y embriagadora poesía del tipo c), cuando consiguió planear sobre su propia música, tendió a sumir la tarea de afirmar la individualidad, diferencia y carácter transgresor del poeta. El lenguaje enrarecido, complejizado y ampliado hasta los límites de la significación se correspondía con una propuesta de volver, no solo visibles, sino espectacularmente iluminadas (con luces de neón, por ejemplo) realidades marginales o subalternas. La extranjería , las disidencias sexuales, los estados alterados de conciencia, la enfermedades físicas y psíquicas parecieran haber sacado carnet de identidad en estos registros. Me llama poderosamente la atención que el 100% de los exponentes neobarrocos fueran de sexo masculino.
En cuanto a d), categoría que se me reprochará, y con bastante razón, constituye un mero cajón de sastre, apuntaré unas cuantas características que, en mi opinión, podrían llegar a justificar su inclusión. En un buen número de poemas, todos muy diversos, pude percibir cierta acusada identidad en el autor y el hablante. Se trataba de poemas más bien narrativos, en los que se referían experiencias de la vida cotidiana y la interioridad del autor, en primera persona, con un lenguaje llano y pocos adornos. Su mayor o menor fortuna, a mi juicio, se definió en función de la precisión en la elección de las palabras y el hallazgo del tono emotivo adecuado. Los poemas más logrados me parecieron escritos por una especie de narrador perezoso y, quizás por lo mismo, más entrañable.
Nunca he tenido palabras para los poemas del tipo a) y, aunque reconozco que escuché algunos bastante bien escritos, prefiero pasar. Solo apuntaré que una amplia mayoría de ellos fueron leídos por mujeres, lo que encuentro preocupante.
Naturalmente, en varios casos, los poetas leyeron trabajos que caerían, cada uno por si solo, en más de una categoría de las que he esbozado. Sin embargo, los más recalcitrantes en su propio ámbito fueron siempre los neobarrocos.

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Monday

Los Simpsons y el ready-made en la poesía

Hay un episodio de los Simpsons en el que Moe se vuelve poeta instigado por Lisa. No recuerdo por qué, pero el caso es que Homero y Lisa lo van a visitar a su pieza de hotel que es todo lo deprimente que cabría esperar de alguien como Moe o del estereotipo de un bohemio. Mientras Moe y Homero charlan, Lisa se comienza a fijar en unos pósits y papelitos pegados en las paredes:

“El globo ocular grita

tubería rota”, lee primero.

“Hígado contra riñón

¿quien gana?

Nadie”, en otro.

“Una vez estuve en un festival navideño.

Mamá llegó con un nuevo novio.

Él me llamó Steve”, en un tercer papelito.

El olfato literario de Lisa le dice que allí hay autentica poesía americana. Une los fragmentos escritos por Moe, literalmente pega los pósits y papeles con cinta adhesiva, componiendo una especie de collage y le propone un título: “Aullándole a una luna de concreto”. Antes de seguir creo que sería interesante determinar a quién le pertenecen los derechos de autor en esta obra. En mi opinión, las notas de Moe le pertenecen a él y solo a él, pero no son literatura hasta que la mirada de Lisa las descubre y compone el collage. En estricto rigor ninguno de los dos es autor de Aullándole a una luna de concreto, por lo menos no en el sentido clásico del término: tenemos, por un lado, fragmentos no literarios o textos en bruto y, por otro, una acto de apropiación artística basado en las viejas técnicas vanguardistas del ready-made y el collage. El poema, que Moe acaba declamando ante la apatía de la clase de Lisa, dice:

“Mi alma huele como paloma muerta después de tres semanas,

cierro mi ventana y me voy a dormir.

En mi sueño,

como maíz con los ojos.”

El poco éxito de Moe en la Escuela Primaria de Springfield no amedrenta a Lisa Simpson que, como sabemos, siempre anda de entusiasmo en entusiasmo. Sentada a la mesa le comenta a su familia que enviará, en sus propias palabras, “el poema de Moe” a la revista American Poetry Perspectives. Nótese que Lisa, no sabría decir si guiada por la generosidad o el ímpetu, da a Moe por exclusivo autor de los versos. Hagamos un pequeño y sabroso paréntesis que nada tiene que ver con el objeto de éstas líneas. Ni bien escucha el nombre de la revista literaria, Homero se indigna pues en su oportunidad le rechazaron un poema y, colocándose los lentes, pasa a leer de inmediato:

“Había un tomate que cantaba rap,

así es cantaba rap,

cantaba todo el día desde abril hasta mayo,

¿Y luego que creen?- Era yo.”


***

Resulta que Aullándole a una luna de concreto de Moe Szyslak no solo es aceptado, sino que sale en la portada de American Poetry Perspectives, lo que le vale ser invitado al festival Wordloaf en Vermont, donde se codeará con la flor y la nata de las letras norteamericanas: Tom Wolfe, Jonathan Franzen, Michael Chabon, Gore Vidal y el siempre enigmático Thomas Pynchon. Moe acepta con la condición de que Lisa lo acompañe ya que, dice, no habría hecho nada sin ella.

Hasta aquí todo bien.

Ya en el festival, el mismísimo Tom Wolfe le pregunta a Moe cómo se le ocurrió el título del poema. Moe comienza a explicar que había tenido cierta ayuda con el título pero, ante la estupefacción del grupo de literatos que lo rodea, siempre tan celosos en cuanto a temas de autoría, se desdice y manifiesta que se le ocurrió al él solito sin ayuda de nadie. Lisa, presente en la escena, queda desconsolada. Más tarde, en el panel “Los escritores hablan de sus escritos”, que comparte con Wolfe, Franzen y Chabon, Lisa lo conmina a responder si alguna vez alguien creyó en lo que él hacía antes de obtener fama y reconocimiento. Moe lo niega tajantemente. La ingratitud de Moe sumerge a Lisa en uno de sus acostumbrados episodios depresivos.

Más tarde o al día sigueinete (no me acuerdo) Moe la encuentra sentada en una banca de parque, junto al estanque de los gansos. Le pregunta si lo puede ayudar a convertir un puñado de fragmentos de su puño y letra en un nuevo poema para leerlo en la cena de despedida donde será homenajeado como mejor nuevo poeta. Lisa se niega contestándole que es un desalmado. Cuando Moe intenta componer por si mismo el poema, el viento sopla sus papeles que acaban comidos por las aves del estanque.

En la cena, Tom Wolfe le da la palabra a un atribulado Moe para que lea algo de su obra inédita. El primer poema, Capacidad del ascensor dice:

“Capacidad del ascensor mil doscientos kilos

certificado de inspección disponible

en la oficina del gerente del hotel.”


Murmullos en el público. Alguien lo acusa: “Quitaste eso de la pared del ascensor.” El segundo poema dice:


“Canal 61 favoritos de la familia

Canal 62 deseos adultos

Canal 63 solicitar salida

Canal... “

A estas alturas resulta evidente que se trata de la programación del cable. En eso, Lisa entra cabizbaja al salón. Moe, visiblemente arrepentido de su mezquindad, improvisa una Oda a Lisa, la que omitiremos pues no ofrece demasiado interés para el presente comentario que ya se alarga bastante.

***

Si dejamos fuera asuntos tan sensibles como la gratitud, la mentira, la mezquindad y el reconocimiento, y nos centramos en las formas de producción artística que sustentan el conflicto en este episodio de Los Simpsons, nos percataremos de que Moe finalmente se revela como un discípulo aventajado de la poética vanguardista empleada por Lisa. Moe no solo hace suya la técnica del ready-made literario, sino que torna poéticos textos eminentemente ajenos a la literatura, alejados tanto de los matices de su propio estado de ánimo como de la sensibilidad literaria imperante. A diferencia de Lisa, la labor poética de Moe parece seguir de cerca las ideas de Marcel Duchamp para quien, al ejecutar una obra ready-made, el mayor desafío lo constituye la selección del objeto. Para Duchamp todo el sentido del procedimiento está en poner entre paréntesis el placer estético o, dicho de otra forma, en actuar sin la menor intervención de las ideas o la sugestión. Así se consigue trabajar sobre lo que llama “pequeñas energías desperdiciadas” como bien podrían serlo un letrero de advertencia en el ascensor, la programación de la televisión pagada, una lista de compras, la etiqueta al reverso de un envase de champú, las instrucciones de uso de un medicamento, una boleta de supermercado y un largo etcétera de textos de lo más comunes y corrientes.
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Friday

La muerte de Juan Rodolfo Wilcock

Hay cosas del verano que no me pueden parecer bien, cosas que, creo, sólo consiguen existir al alero de una especie de estado de excepción estival decretado a la medida de la industria del turismo. Pienso en los festivales costumbristas y las ferias de libros usados; unos y otras comparten lo peor del amontonamiento humano y la inflación de precios pero, como el verano es aburrido, ahí está uno, comiendo la típica comida típica u hojeando libros polvorientos en mangas de camisa, qué se le va a hacer. Hace unos días compré un atractivo volumen de J.R. Wilcock, el poemario Los hermosos días, en la ya tradicional Feria del libro usado de la Universidad Mayor bajo la convicción de que J.R. Wilcock siempre estará bien. El texto de la solapa, anónimo como es de rigor en este género, es excelente y, por tanto, irresumible. Termina con una curiosidad un poquito cargada a lo macabro: "Murió de un síncope en 1978, a los cincuenta y ocho años de edad, mientras leía un libro sobre enfermedades cardíacas en su humilde casa en el campo en Viterbo". Me percato de que el parrafito sobre la muerte de Wilcock encuadra perfectamente en esa famosa ecuación de Bolaño: literatura + enfermedad = enfermedad. En cuanto a los versos, sólo diré que le hacían plena justicia al título del libro, pero para mi no hubo caso con ellos: quizá simplemente soy incapaz de sintonizar con la lira de un poeta enamorado y deba conformarme con la música pop.

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Thursday

Aura

Leo un artículo sobre Ted Hughes, inglés, poeta laureado de los ochentas y, me entero, gran aficionado a los "escarceos con mujeres de una sola noche, o de dos, desmayadas ante ese aura vampírica, el temperamento sexual que le hacía tan encantador."
Imagino que un poeta al que lo precede la fama de mujeriego y tiranizador de sus parejas -dos de las cuales, las hermosas Sylvia Plath y Assia Wevill, acabaron suicidándose con el gas del horno- proporcionaría material de sobra para uno de aquellos estudios, tan en boga por nuestros días, sobre género y literatura. En lo que a a mi respecta, debo admitir que mis investigaciones de género van por cauces harto más modestos. La verdad es que no soy ningún purista, pero en cierta forma me incomoda la expresión "ese aura".
Entiendo que la policía del lenguaje dictamina que, pese a ser aura un sustantivo de género femenino, se debe anteponer el artículo masculino "el" para así evitar que se lea "la aura": sonaría demasiado parecido a Laura Ingalls, Laura Palmer o a Laurel y Hardy.
Hasta aquí todo perfecto, pero pienso que una cosa es escribir "el aura", "un aura" y hasta "ningún aura" y otra, "ese aura" o "estos auras", notorios abusos del pronombre masculino. Si dijera "esa aura", otra vez en femenino, se evitaría la extrañeza.
Ahora bien, dando por concluido el capítulo gramatical, ¿estaría muy bizantino si me pusiera a especular el porqué palabras como aura, alma o agua se asocian a lo femenino mientras ratón, botón y camión a lo masculino? ¿En qué clase de oscura metafísica de las vocales estamos metidos?  Creo que no ahondaré más no porque me parezca un tema baldío, si no simplemente porque, como diría Bartleby, prefería no hacerlo. Quedémonos con que Ted Hughes fue un poeta bastante mal aureado que, como otros, insistía en escribir versos sobre cuervos.

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El botón del semáforo invita a la poesía

Vivo en el primer piso de un edificio descolorido, entre una lavandería y una empresa de mudanzas que se instaló hará unos años.  Me gustaban más los vecinos  de antes, creo que porque olvidé quienes eran.  En fin, solo pretendo dejar en claro que vivo en un primer piso y que, por si fuera poco, comparto con los jubilados el pasatiempo de apostarse tras las cortinas, a oscuras, a espiar un recuadro de la ciudad. Nada muy original, y sin embargo, estar a la altura  de la calle, tras las cortinas, se parece bastante ser un fantasma o el hombre invisible o hasta Hamlet, yendo un poco lejos. Entre otras tantas observaciones y conversaciones del máximo interés, he comprobado gracias a mi pasatiempo que por las noches el semáforo de mi calle se obstina en permanecer en luz roja para los peatones, horas y horas, es cosa de no creer. Pienso en unos versos especialmente urbanos con los que el poeta Charles Reznikoff invita, más o menos textualmente, a no desdeñar la esmeralda que brilla entre la niebla solo porque se trate de la luz del semáforo. Como en los buenos poemas chinos, en éste queda cogido de la cola el esquivo presente. Casi puede palparse la espera del taxista, paquistaní, claro; su mirada furtiva escrutando por el retrovisor a la pasajera que se pinta los labios muy rojo. Tal tipo de escenas newyorkinas.  El efecto de cogedura de cola se logra porque uno entiende que el semáforo de Reznikoff, a diferencia del mío que se queda ahí invariablemente en rojo, cambiará de luz.  Deduzco que el botón que tantas veces he apretado con escepticismo y  hasta diría que por puro  amor a la gratuidad, sirve para activar una cuenta regresiva. Aunque no soy muy partidario de las ciencias empíricas, podría demostrarlo cualquier noche de estas. Francamente siempre he sido un entusiasta de los botones, pero ahora, tras mi descubrimiento, se suma un tremendo respeto por aquel dispositivo que no solo permite a los automovilistas atravesar la noche como balas o como flechas o como trenes, sino que además hace del semáforo de mi calle un poético rubí.

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