Thursday

El botón del semáforo invita a la poesía

Vivo en el primer piso de un edificio descolorido, entre una lavandería y una empresa de mudanzas que se instaló hará unos años.  Me gustaban más los vecinos  de antes, creo que porque olvidé quienes eran.  En fin, solo pretendo dejar en claro que vivo en un primer piso y que, por si fuera poco, comparto con los jubilados el pasatiempo de apostarse tras las cortinas, a oscuras, a espiar un recuadro de la ciudad. Nada muy original, y sin embargo, estar a la altura  de la calle, tras las cortinas, se parece bastante ser un fantasma o el hombre invisible o hasta Hamlet, yendo un poco lejos. Entre otras tantas observaciones y conversaciones del máximo interés, he comprobado gracias a mi pasatiempo que por las noches el semáforo de mi calle se obstina en permanecer en luz roja para los peatones, horas y horas, es cosa de no creer. Pienso en unos versos especialmente urbanos con los que el poeta Charles Reznikoff invita, más o menos textualmente, a no desdeñar la esmeralda que brilla entre la niebla solo porque se trate de la luz del semáforo. Como en los buenos poemas chinos, en éste queda cogido de la cola el esquivo presente. Casi puede palparse la espera del taxista, paquistaní, claro; su mirada furtiva escrutando por el retrovisor a la pasajera que se pinta los labios muy rojo. Tal tipo de escenas newyorkinas.  El efecto de cogedura de cola se logra porque uno entiende que el semáforo de Reznikoff, a diferencia del mío que se queda ahí invariablemente en rojo, cambiará de luz.  Deduzco que el botón que tantas veces he apretado con escepticismo y  hasta diría que por puro  amor a la gratuidad, sirve para activar una cuenta regresiva. Aunque no soy muy partidario de las ciencias empíricas, podría demostrarlo cualquier noche de estas. Francamente siempre he sido un entusiasta de los botones, pero ahora, tras mi descubrimiento, se suma un tremendo respeto por aquel dispositivo que no solo permite a los automovilistas atravesar la noche como balas o como flechas o como trenes, sino que además hace del semáforo de mi calle un poético rubí.

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