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Actualidad poética


Ayer, 5 de julio de 9102, asistí a una maratónica sesión de lecturas de poesía emergente. De camino a la Biblioteca Municipal de Santiago, donde era el evento, se me ocurrió que sería interesante jugar un poco con esa manida categoría, la de “poesía emergente”, y organizar un festival o por qué no, fundar un movimiento literario de “poesía sumergente”. Llegué con una hora de retraso, a eso de las 6 de la tarde y me retiré pasadas las 9, con la cabeza bullendo de versos. El itinerario de las lecturas tuvo un dejo asambleísta, democrático por así decirlo: cada poeta subía al púlpito y de espaldas a una diapositiva con su foto y su nombre, sin mayor presentación, declamaba durante unos 10 a 15 minutos. Leían en hojas sueltas, impresas, en cuadernos, lo que supuse manuscritos, y otros tantos directo del teléfono. Hubo quienes alternaron estos soportes. Solo registré a uno que recitó de memoria. Si no me equivoco nadie tenía menos de 16 ni más de 37, la mayoría rondaba los 20. La cantidad de poetas fue levemente superior a la de “poetisas” –no se me ocurren buenos motivos, y desde luego el lenguaje inclusivo no lo es, para seguir llamando poetisas a las mujeres poetas–. La presencia de poetas regionales fue menor aunque no insignificante. Entre dos bloques de lecturas, Mauricio Redolés, en calidad de plato fuerte, hizo lo propio sin prisas. Anoto a la pasada su llamado a jamás firmar con una transnacional. Según Redolés eso le valió que Ricardo Arjona plagiara su poema True egoistic love con nefastas consecuencias para la circulación y recepción de su obra a nivel del consumo de masas. Me pareció que estuvo demás su declamación del clásico ¿Quién mató a Gaete?. Creo que más que el efecto buscado (de broche de oro, imagino), produjo impaciencia. Como me abstuve de grabar mentiría si dijera que retengo algo más que hilachas de sentido, un par de figuras y metáforas y moneditas de 10 pesos. Sin embargo creo haber conseguido capturar prácticamente todos los tonos, registros e intensiones artísticas de lo que escuché. De este modo me he propuesto dar un panorama esquemático de esta muestra, imagino que representativa, del estado actual de la poesía joven en Chile. Agruparé los trabajos oídos en torno 4 categoría que considero suficientemente distinguibles:
a) Poesía amorosa y sentimental.
b) Poesía política.
c) Poesía neobarroca.
d) Otras poesías del Yo.
Partiré por b). Toda tradición poética, y en particular la chilena, se puede examinar a la luz de la noción de compromiso político. Los poemas de este tipo tendieron a asumir lo político más que nada como tema. Se trató de obras que parecían asumir que el rol de la poesía es poner en circulación social la denuncia o enaltecer las luchas contra el poder hegemónico. Percibo cierto conformismo en este tipo de propuestas, una especie de optimismo desmesurado en la eficacia de la poesía como motor de cambio social. Quienes escriben estos textos parecen asimilarlos a armas o consignas revolucionarias obviando el campo de batalla en el que se baten: la lectura individual o la declamación frente a pequeños grupos de convencidos. Aquel presupuesto sobre el lugar de la poesía en la sociedad, imagino, consigue muchas veces bloquear otros caminos para la elaboración de lo político-literario, por ejemplo, el rol de lo social al interior de la obra. Fueron contadas las excepciones en que lo político era más que el tono, el tema o la anécdota: los estilos, procedimientos y estructuras de los versos comprometidos rara vez comulgaban con su vocación combativa. La representación escrita de la oralidad y cierta voluntad lúdica sobre los usos coloquiales del lenguaje y referencias a la cultura pop bien podrían agotar este rubro.
La embriagada y embriagadora poesía del tipo c), cuando consiguió planear sobre su propia música, tendió a sumir la tarea de afirmar la individualidad, diferencia y carácter transgresor del poeta. El lenguaje enrarecido, complejizado y ampliado hasta los límites de la significación se correspondía con una propuesta de volver, no solo visibles, sino espectacularmente iluminadas (con luces de neón, por ejemplo) realidades marginales o subalternas. La extranjería , las disidencias sexuales, los estados alterados de conciencia, la enfermedades físicas y psíquicas parecieran haber sacado carnet de identidad en estos registros. Me llama poderosamente la atención que el 100% de los exponentes neobarrocos fueran de sexo masculino.
En cuanto a d), categoría que se me reprochará, y con bastante razón, constituye un mero cajón de sastre, apuntaré unas cuantas características que, en mi opinión, podrían llegar a justificar su inclusión. En un buen número de poemas, todos muy diversos, pude percibir cierta acusada identidad en el autor y el hablante. Se trataba de poemas más bien narrativos, en los que se referían experiencias de la vida cotidiana y la interioridad del autor, en primera persona, con un lenguaje llano y pocos adornos. Su mayor o menor fortuna, a mi juicio, se definió en función de la precisión en la elección de las palabras y el hallazgo del tono emotivo adecuado. Los poemas más logrados me parecieron escritos por una especie de narrador perezoso y, quizás por lo mismo, más entrañable.
Nunca he tenido palabras para los poemas del tipo a) y, aunque reconozco que escuché algunos bastante bien escritos, prefiero pasar. Solo apuntaré que una amplia mayoría de ellos fueron leídos por mujeres, lo que encuentro preocupante.
Naturalmente, en varios casos, los poetas leyeron trabajos que caerían, cada uno por si solo, en más de una categoría de las que he esbozado. Sin embargo, los más recalcitrantes en su propio ámbito fueron siempre los neobarrocos.

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