Sunday

Una década

No soy bueno para las fechas, al fin y al cabo son números y las matemáticas, reconozco, nunca fueron lo mío. Por suerte en casa no somos de recordar aniversarios, no se regalan ramos de flores y cada vez que se destapa un modesto champán, brindamos alegremente sin ton ni son. Por otro lado, mi hermana Shimmy en esto es como esas tías solteronas del siglo veinte que sabían todo lo que hace falta saber sobre todo el mundo, y se encarga de recordarme las fechas que sería imperdonable olvidar, fechas del tipo aniversario de defunción de los abuelos, cumpleaños de nuestros progenitores y hasta el mío. Escribo lo anterior para dar una idea de la magnitud de mi perplejidad al darme cuenta de que este blog acaba de cumplir una década en marzo pasado. Una década que, para mayor redondez y conformidad con el sistema decimal, se extiende desde marzo de 2010 a marzo de 2020. La verdad es que siempre me ha extrañado tanta manía decimal: si no es la crisis de los cuarenta, es la nostalgia por la música de los ochentas o la recomendación de contar hasta diez antes de ceder a un ataque de ira. Supongo que tiene que ver con que solemos nacer con cinco dedos en cada mano y ambas suman diez. Si tuviésemos alas o tenazas seguramente contaríamos de otra manera. Pero bueno, ya que estamos en esto, quisiera decir que lo más gratificante de tener un blog ha sido la compañía de ustedes. Sí, de ustedes. Acá paro porque si siguiera me pondría cursi e insufrible más allá de todo límite tolerable. Otra cosa que tal vez debería mencionar es que gran parte de las cosas que escribí aquí las escribí en oficinas, las más de las veces en horario laboral, y hace unos meses se publicaron en un librito consecuentemente titulado Escrito en la oficina.
Pienso en cómo se podría celebrar una década de blog. Confinado hace semanas, en la soledad del estudio, ex pieza de invitados, recuerdo al gran Jordi Mestre, quien se preguntaba allá por el 2005 cómo celebrar la inauguración de su blog Paraguas e llamas. Entonces respondía con una cita de la Historia abreviada de la literatura portátil de Vila-Matas:
“(…) imaginando que era visitado por una multitud de amigos, cuyas voces y gritos imitó con notable estruendo, molestando una vez más a los vecinos que, desde hacía tiempo, sabían que esa era su gran especialidad: simular que daba fiestas multitudinarias en su casa.”

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Saturday

El arte conceptual

¿Te estas haciendo viejo y aún no encuentras la primera frase para aquella novela tan clásica como revolucionaria en la que vienes pensado desde los dieciséis años? ¿El último cuadro que pintaste permanece inacabado y junta polvo hace ya cuatro temporadas en el desván? ¿Admiras al personaje del poeta que interpreta Steve Buscemi en en El Gran pez, ese que trabajaba en una obra inmortal que situaría al pueblo de Spectre en lo más alto de las letras norteamericanas junto a Spoon River, Winesburg, Ohio, Jefferson, condado de Yokapatawpha, Misisipi, y que se había tomado algo así como décadas para componer los versos "Las rosas son rojas / las violetas son azules / amo a Spectre"? ¿Eres de la idea de que la productividad artística es un alarde innecesario y una estupidez del tamaño de una maratón? ¿Preferirías no hacerlo? ¿Te da lata? ¿Aún no consigues dar con la máquina de escribir adecuada y no puedes sufrir el brillo azulado de la pantalla del computador?
No desesperes. No te canses trabajando; mejor dedícate al arte conceptual. Después de todo, ¿no es acaso conceptual todo el arte que merece la pena?
La receta es seguir al pié de la letra el postulado de Pedro Mairal, argentino y autor de notables poquedades según quien: "Lo bueno del arte conceptual es que basta con imaginarlo. No hace falta hacerlo".

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Sunday

Vampirismos íntimos

Nunca me había puesto a pensar con detención en vampiros, vampiresas, transilvanias ni murciélagos. Ni en cuestiones como si las sanguijuelas, los mosquitos y otras alimañas de esa índole experimentan algún grado de lascivia al succionarnos.  O si serán las citas literarias humillantes formas de vampirismo. Palabra que no le había dado la vuelta al asunto. Por lo pronto, descubro hacia la vampirez una simpatía similar a la que se puede sentir por esas criaturas tristonas y crepusculares que habitan el universo del film noir (o las calles de cualquier metrópoli). Nada más que un inofensivo gusto por las sombras, se diría, aunque, como José Ferrato, el vampiro sevillano de Vila-Matas, parece que en ocasiones buscamos en la lejanía personas que suelen estar muy cerca. Que buscamos en las películas vampiros que están en nosotros mismos. Y la verdad es que últimamente, entre muchas otras señales inequívocas, he notado que frecuento mi vida y mis recuerdos con una avidez más bien colmilluda y que ya no me veo reflejado en el espejo al fumar. Las explicaciones sencillas esta vez son excesivamente sencillas. Para afrontar mi nueva condición, creo, lo más razonable sería encomendarme a mi paisano Daniel Emilfork y hacer una lista de séis canciones, como en los viejos tiempos.

Vampire blues - Neil Young.
CI - Los Punsetes.
Drácula, Calígula, tarántula - Coágula Espátulo.
Bela Lugosi's dead - Bauhaus.
Vampiresa mujer - Jonathan Richman.
Tango notturno - Pola Negri.

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Wednesday

Jerga marinera


Cuando abro una novela de marineros, ni bien se levan anclas, comienza una incertidumbre que nada tiene que ver con las aventuras y tempestades que seguramente atravesará la narración. Como muchos, puede que tenga una idea más o menos formada de la ubicación de la proa y la popa en un navío, pero debo admitir que mis nociones de babor y estribor o de barlovento y sotavento son bastante peregrinas y que nada sé de jarcias, escolleras, brazas y cabotajes (por no mencionar cáncamos, borneos, calafateos, quillas, entalingados, obenques, cuadernas así como el tumultuoso y enmarañado etcétera de velas, nudos y aparejos varios). Puedo comprobar que no se adelanta gran cosa con un diccionario especializado a la vista, donde se dice, por ejemplo, que “estrobo” no es sino un “trozo de cable con gazas en ambos extremos que se utiliza para suplementar una driza, algún aparejo o elevar el puño de amura de una vela”; ni qué decir del de la Real Academia, que define "cúter" como “embarcación con velas al tercio, una cangreja o mesana en un palo chico colocado hacia popa, y varios foques”... recuerdo que en mi juventud llegué a pensar, algo acomplejado, que no se trataba únicamente de libros de marineros, sino además de libros escritos para marineros, textos cifrados cuya clave permanecería oculta a quienes llevábamos anodinas vidas sobre tierra. Quizá por ello la anécdota que acabo de leer en una columna de Vila-Matas titulada Los peligros del primer lector me ha quedado dando vueltas. Resulta que un buen día, estando en alta mar, el escritor Joseph Conrad consultó a Jaques, cierto marino que amablemente había accedido leer el manuscrito de su primera novela, si le interesó la historia. "¡Ya lo creo!", obtuvo por toda respuesta. Algo majadero, Conrad insistió en preguntarle si la obra resultaba clara, a lo que el rudo hombre de mar contestó: "Por su puesto, perfectamente". Si me hicieran una pregunta similar, digamos, sobre Billy Budd Las Aventuras de Arthur Gordon Pym, seguro no podría responder en los términos del marinero Jaques, pero en fin de cuentas qué más da; la madurez me ha enseñado que se puede vivir razonablemente sin saber como funciona un refrigerador o disfrutar las canciones de Françoise Hardy y no comprender ni la mitad de lo que dicen.

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