Friday

Encuentros y despedidas

No sé si a otros les pasará lo mismo, pero a mi los encuentros fortuitos me producen unos estallidos de timidez tan molestos que prefiero evitarlos cada vez que los veo venir. Lo malo es que si la otra persona se da cuenta seguramente pensará, y no sin razón, que uno carece de modales, de carácter o de ambas cosas. Ahora bien, cuando el encuentro se vuelve inevitable solo queda hacer de tripas corazón y ponerse a balbucear las formulas habituales, luego soltar alguna observación sobre el clima, preguntar por el trabajo o por la salud de un tercero, cambiar números de teléfono y, al fin, despedirse expresando deseos de volverse a ver un día futuro e incierto.
Hace unos días acababa de salir de un lance semejante al despedirme con un abrazo de mi buen amigo Jvlivs. Lo había dejado junto al andén a la espera de un bus intercomunal y enfilado a comprar cigarrillos en un kiosko de por ahí. El punto es que a mi regreso pude distinguir su clásica figura a la distancia, aún en el andén, justo hacia donde me dirigía. Recordé entonces aquella anécdota de los indígenas de las islas Gilbert referida por Robert Louis Stevenson: tras haberse despedido de ellos, la falta de vientos lo retuvo tres días en el pequeño puerto de la isla. Durante el transcurso, los indígenas permanecieron escondidos detrás de los árboles, porque las despedidas ya habían tenido lugar y volver a despedirse les parecía increíblemente vergonzoso. Actuando en consecuencia, retrocedí sobre mis pasos y me puse a fumar escondido al costado de una cabina telefónica a la espera de que el bus se llevara a mi amigo. Afortunadamente tardó menos de tres días en partir. 

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Sunday

Despedidas que no lo son

Hará dos semanas organizamos una preciosa fiesta de despedida para un viajero que partía al extranjero. Bueno, en estricto rigor, se la organizó el mismo en tanto que nosotros nos limitamos a facilitar los salones de nuestra morada y a decir un par de sentidas palabras llegado el momento. Eso y vaciar incontables ceniceros y recoger una media docena de copas rotas. El caso es que, lejos de partir del país, me he enterado de que el viajero en cuestión ahora planea asentase definitivamente en ésta ciudad. Es cosa suya por supuesto, pero su extravagante conducta me ha hecho a pensar en las despedidas que no lo son. Recordé que en Francia estuvo muy de moda en una época despedirse "sans adieu", es decir, largarse de las reuniones sin despedirse en lo más mínimo. Tal hábito pasó a la historia y hoy se conoce en toda Europa como "despedirse a la francesa". En toda Europa menos en la propia Francia donde la expresión equivalente es "despedirse a la inglesa". A la inglesa o a la francesa, lo cierto es que las despedidas sin adiós ni hasta luego tienen sus conveniencias y defensores también en Sudamérica. Para el bueno de Chris Pinto la despedida a la que llamaba "Harry Houdini" tenía la ventaja de ahorrarle las majaderías de sus amigos del bar y el peligroso canto de sirenas de la última copa. Por motivos diferentes mi camarada Araña se muestra partidario de ahuecar el ala sin mayor trámite, por lo menos entre personas del Sur, pues, como él dice, "siempre nos volvemos a encontrar bajo el mismo jodido cielo gris". En una línea similar, Ricardo Piglia escribe en su última obra, Los diarios de Emilio Renzi: "(...) Despedirse de la gente me parece ridículo. Se saluda al que llega, no al que se deja de ver." En lo que a mi respecta, y tras meditarlo detenidamente, he podido concluir que no tengo una posición clara sobre el particular.

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