Friday

Encuentros y despedidas

No sé si a otros les pasará lo mismo, pero a mi los encuentros fortuitos me producen unos estallidos de timidez tan molestos que prefiero evitarlos cada vez que los veo venir. Lo malo es que si la otra persona se da cuenta seguramente pensará, y no sin razón, que uno carece de modales, de carácter o de ambas cosas. Ahora bien, cuando el encuentro se vuelve inevitable solo queda hacer de tripas corazón y ponerse a balbucear las formulas habituales, luego soltar alguna observación sobre el clima, preguntar por el trabajo o por la salud de un tercero, cambiar números de teléfono y, al fin, despedirse expresando deseos de volverse a ver un día futuro e incierto.
Hace unos días acababa de salir de un lance semejante al despedirme con un abrazo de mi buen amigo Jvlivs. Lo había dejado junto al andén a la espera de un bus intercomunal y enfilado a comprar cigarrillos en un kiosko de por ahí. El punto es que a mi regreso pude distinguir su clásica figura a la distancia, aún en el andén, justo hacia donde me dirigía. Recordé entonces aquella anécdota de los indígenas de las islas Gilbert referida por Robert Louis Stevenson: tras haberse despedido de ellos, la falta de vientos lo retuvo tres días en el pequeño puerto de la isla. Durante el transcurso, los indígenas permanecieron escondidos detrás de los árboles, porque las despedidas ya habían tenido lugar y volver a despedirse les parecía increíblemente vergonzoso. Actuando en consecuencia, retrocedí sobre mis pasos y me puse a fumar escondido al costado de una cabina telefónica a la espera de que el bus se llevara a mi amigo. Afortunadamente tardó menos de tres días en partir. 

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