Friday

El desconocido y Fernando Riera

Con los años he ido formando un respetable fondo de recortes de diario, boletos de bus, entradas de estadio, miniaturas de plástico, etiquetas llamativas, postales, fotos viejas, notas sueltas, dibujos, envases de caramelos y otros cachureos por el estilo. No soy metódico: simplemente los archivo en una caja de zapatos cuando recuerdo hacerlo. De allí proviene esta foto del célebre entrenador Fernando Riera. Creo que resulta difícil no fijar la vista a la izquierda, sobre aquel ceñudo desconocido que contrasta abiertamente con Riera, de expresión tan blanda y anonadada como la del perro Droopy. Sin ningún motivo racional, asocio esta misteriosa foto con la maldición que pesa sobre el Benfica: como se sabe, en 1962, tras ganarle la Copa Europea a Real Madrid, el entrenador Béla Guttmann se dispuso a cobrarles la palabra a los directivos del club portugués, es decir, a exigir su premio. Le contestaron algo así como que a las palabras se las lleva el viento. Entonces Guttmann les lanzó su maldición austro-húngara: Benfica no volvería a ser campeón de Europa en los próximos cien años. La temporada siguiente Riera, flamante entrenador de Benfica, perdía en la final del certamen continental ante el Milan, lo que bien visto, lo convierte en la primera víctima de la maldición de Béla Guttman. Desde aquella oportunidad Benfica no ha parado de perder finales.

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No se admiten visitas de nadie

Esta fotografía la adquirió un colega de mi gran amigo Araña; se supone que es producto del revelado de una placa de principios de siglo XX hallada entre las baratijas de Avenida Argentina en Valparaíso. Eso era todo lo que sabía, remarcó Araña. Desde luego la falta de datos se presta a toda clase de especulaciones. Para empezar: ¿qué tenían estas gentes contra la idea de hospitalidad? Tal vez se haya tratado de una especie de secta o de alguna organización revolucionaria o criminal o de una cuadrilla de aventureros en busca de oro o hasta de un campamento de peones aislados por órdenes de la compañía. Quién sabe. Por otro lado, el terreno luce escarpado y agreste, seguramente cordillerano pero, en concreto, ¿dónde se habrá tomado la foto? ¿Cuál habrá sido el contexto?¿Serían nacionales o extranjeros los retratados? Fuera de lo anterior, ¿qué significado tendría aquel cartel pequeño donde se alcanza a leer "Santa Elena"? ¿Porqué estarían todos tan serios a excepción de aquella mujer de gesto dulce parada junto a la entrada? ¿Serían suyos todos esos niños? ¿Y el padre? ¿Estaría rezando el tipo de la gorra de la izquierda? ¿Para qué y para quién posarían si su divisa parecía ser precisamente la inhospitalidad? La foto da que pensar, indudablemente. Creo que la franca actitud de sus protagonistas es impracticable; resulta mucho más civilizado y de buen tono ocultarse como rata en su agujero en caso de no querer abrir la puerta, digamos, a los testigos de Jehová, o peor aún, a los grandes amigos.

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Saturday

Queremos a Zambra con moderación

Zambra escribió sobre no leer. Gumucio hacía críticas literarias express mirando tapas y contratapas. Un maestro de escuela suizo, cuenta Benjamin si no me equivoco, falto de recursos como andaba, escribía él mismo los títulos que figuraban en el catálogo que le enviaba por correo un conocido librero austriaco. Más humildes, Camarada y yo, nos limitamos a apreciar portadas y fotos de escritores a los que tal vez leemos. A los dos nos gustó el semblante de la última de Zambra, Mis documentos (2013), tan minimal con esos dos botones Alt y F4 huérfanos de teclado proyectando sus azuladas sombritas sobre un fondo sepia. Coincidimos además en lo estéticamente aburrido de las existencias de Anagrama, sin embargo estamos a años luz comulgar en nuestras valoraciones sobre portadas de la ciencia ficción criolla tanto como foránea. Me parece que no hablamos para nada de esa notable foto de Le Clezio en elegante traje de dos piezas y calzado deportivo, ni del trabajo de Gisèle Freund, pero claro está que se me vinieron a la cabeza ahorita. Bueno, el asunto es que en la ocasión le comenté a Camarada que me gustaba mucho la foto del Zambra bebiendo esa taza de té, porque de qué más va a ser (y en eso uno se descubre confesando oblicuamente que si lo ha leído un poco), y el me fué con el chisme que a su vez le había confiado el Pato Jara o alguien más de que esa cara  se la enseñó una fotografa en una sesiòn y fue la unica vez que Zambra se vio medianamente decente y que desde entonces la hace siempre, combinandola con distintos sabores de miradas entre las que parecen distinguirse el Dr. Strangelove, un murcielago con rabia, un psicopata asesino, un esclavo congoleño y que de seguro está practicando algunas otras para las ferias del futuro. Como no soy ni fan de Henry James ni tan chismoso, no le quise contar a mi camarada Camarada que su novia Xim-Xim, con quien mantuvimos una relación como la de John Ford y John Wayne en mis tiempos de estudiante sureño y actor de cine independiete, decía, para mi estupor, que a Zambra lo encontraba guapísimo. Y no viene mucho a cuento, pero, ¡quiero tanto a Glenda! Por su puesto no se trata a la Glenda Jackson de Cortázar, a la que quiero por mera solidaridad, si no de mi primorosa prometida limeña, que sale con cada cosas que uno lo ponen a filosofar a mitad de precio, pero sobre todo, a abrir un ojo más que el otro como los dibujos animados japoneses. Sin ir más lejos, hace unos días me comentó que Bolaño le parecía a ella a guapo, que su ex trataba de parecerse a mi connacional y que además, Santiago, mi suegro, es su viva imagen. Creo que yo también le parezco buen mozo, lo que no deja de inquietarme.

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