Tuesday

Joaquín Murieta y el perro de Pavlov

No se si vértigo -porque las azoteas, los precipicios, los puentes y sobre todo asomarme al vacío para escupir desde ellos son cosas que me resultan muy agradables-, pero lo cierto es que el otro día experimenté un verdadero desbarajuste en mi equilibrio al subir caminado, a la antigua, por una escalera eléctrica averiada. Evaluando la situación, no tuve más remedio que ponerme un tanto apocalíptico frente las manifiestas repercusiones de la tecnología en la vida cotidiana; "en el fondo estamos como el perro de Pavlov y nos babeamos cada vez que oímos la campanita", pensé más tarde, tras comprar un CD del Conjunto Cuncumen para dárselo a mi papá por su cumpleaños. Tal parece que la aventura del centro comercial condicionó directamente la elección del envoltorio para mi regalo: uno de esos pañuelos de tela, de los que ya no se ocupan más que para fines folklóricos, pues el hábito de ofrecerlos a señoritas desconsoladas o sonarse las narices con ellos está tan perdido como la cabeza de Joaquín Murieta.



Aunque no venga mucho a cuento, no puedo evitar expresar sorpresa ante la ingenuidad de mi recuerdo sobre el famoso experimento conductista: según mis recientes investigaciones wikipédicas era mucho más siniestro que el de la campanilla y el bistec descrito por mi viejo manual naif de ciencias. La pintura es tristemente elocuente:





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2 Comments:

Blogger Beauséant said...

la ciencia nunca es sencilla y siempre deja víctimas invisibles.

y en cuanto a nosotros, un par de años haciendo algo, y pensaremos que lleva ahí toda la vida :)

22 April 2012 at 12:13  
Blogger M. said...

¡Y visibles también! He aquí mi cicatriz de la vacuna como ejemplo.
Saludos.

24 April 2012 at 19:43  

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