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Para una ontología del sándwich

"Der mensch ist was er isst": el hombre es lo que come, postulaba Feuerbach (claro que la razonable máxima materialista ha sido manoseada hasta el cansancio por los cultores de estilos de vida saludables y espiritualidades afines). En materia del ser y comer admito que abuso de las legumbres enlatadas, los huevos pasados por agua y la frugalidad del sándwich de queso. O de jamón, si se da el caso. Entonces, ¿quién soy? Pues veamos...
Se cuenta que el primer emparedado de la historia fue servido durante una partida de cartas que ya se extendía por más veinticuatro horas. En ella intervenía, ignoro con qué grado de fortuna, John Montagu, IV Conde de Sandwich, un aristócrata inglés que alternaba el juego fuerte con labores diplomáticas para la delegación de la emperatriz María Teresa de Austria. Según autorizadas fuentes historiográficas, la incompatibilidad entre la mesa de juego y la del comedor traía algo descuidada la alimentación del conde y fue así que el ingenio de sus criados vino a remediar la situación mediante un tentempié compuesto por carne entre dos rebanadas de pan. La merienda tenía la ventaja de poder ser consumida manualmente, sin peligro de ensuciarse los dedos ni mucho menos interrumpir la partida. 
Aquella jornada austriaca de 1762 marca el inicio de la historia moderna de la desaprensión alimenticia (la trasnacionalización de McDonald's cerrará dicha edad e inaugurará la posmodernidad en el rubro). Pienso que se podría escribir un tratado filosófico titulado Comer y tiempo donde se desarrollara una especie de fenomenología del sándwich. No lo he leído, pero creo que de algo así debe tratarse aquel libro de Allen Ginsberg, Sándwiches de realidad.
En el medio local encontramos un notable exponente de la mencionada tradición nutricional: el presidente Ramón Barros Luco (1835-1919), despreocupado político cuyo apellido ha pasado a la historia por el emparedado de carne y queso fundido que ordenaba invariablemente en la vieja Confitería Torres. De frondosos bigotes y mirada acuosa, un poco como una morsa que acabara de despertar de sus dulces sueños, gobernó el país junto a un itinerante y variopinto gabinete de ministros  bajo el principio de que existen dos clases de problemas: los que se resuelven solos y los que no tienen solución. 
Habría que concluir con que si uno come emparedados, es porque tiene mejores cosas que hacer que pensar en qué comer, ni hablar de cocinar. No hacer nada, por ejemplo. Ahora bien, tengo mis límites y procuro abstenerme de los espantosos sándwiches nacionales y la consabida dictadura de la palta, el tomate y la mayonesa y jamás, doy mi palabra, comería aquel engendro del fascismo llamado chemilico. 

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