Saturday

Breve teoría del préstamo de paraguas

Esta semana, menos lluviosa que la anterior, estuve pensando insistentemente en formas de perder libros. Mis afanes no eran meramente teóricos, pues se trataba sobre todo de hacer un inventario de libros perdidos y trazar un plan de reivindicaciones. Advierto que la empresa es de una mezquindad que no se condice para nada con la actitud que un caballero del sur está llamado a observar. Así las cosas, no ahondaré en el préstamo como forma de perder libros que amamos -y que prestamos precisamente porque amamos-. Dejaré pasar el tiempo. Por lo demás estoy seguro de que prestigiosos cronistas han abordado el asunto con suficiencia. En cambio, he comenzado a dar forma a una suerte de de teoría del préstamo de paraguas. El supuesto es el siguiente: visitamos a alguien una tarde nublada. La velada se extiende hasta entrada la noche. Comienza a llover. Comentamos que el pronóstico de tiempo era vago e inexacto, por lo que no suponíamos que lloviese de tal forma. Mencionamos con cierta timidez que hay una curiosa relación entre la lluvia santiaguina y la noche; “¿cómo sabe la lluvia que es de noche?”, decimos citando a Thurston Moore. Nos aburrimos hablando del clima un rato más (en el fondo no nos animamos a salir a la intemperie). Cuando la situación se torna insostenible -el anfitrión bosteza vistosamente, comenta que debe levantarse al alba para atender un asunto importantísimo y comienza la triste ceremonia de levantamiento de vasos sucios y vaciado de ceniceros- entendemos que tenemos largarnos sin más trámite. Entonces, o se apiadan y nos prestan un paraguas, o apelamos a la amistad y pedimos uno. El punto es que resulta imposible devolver ese paraguas que nos han prestado. El anfitrión lo echará de menos lo que resta de la temporada y tal vez lo siga recordando la siguiente. Puede que al otro día se moje de camino al metro y comience tomarnos rencor. La amistad se resentirá. Tal vez dejarán de invitarnos, comenzarán a ignorar paulatinamente nuestras noticias en Facebook y cuando los convidemos a casa, siempre tendrán entradas para ir a la ópera con sus abuelas. Una tremenda injusticia, pues no hay mala voluntad de nuestra parte. Insisto: es imposible devolver un paraguas prestado. Formulado el supuesto de la teoría, explicaré su desarrollo. No es posible devolver un paraguas porque, en primer lugar, no se puede simplemente salir con uno bajo el brazo un día en que el sol brilla. Es absurdo por donde se lo mire: el paraguas, pese a las afinidades etimológicas con la palabra umbrella, no es una sombrilla. Tampoco podríamos, sin más, elegir un día lluvioso para la devolución, pues en tal caso estaríamos en la situación -aún más absurda- de regresar a casa bajo la lluvia, es decir, en el mismo punto en que nos encontrábamos aquella noche en la casa de nuestros amigos. Seguramente un alma práctica apuntaría que la solución estaría en llevar dos paraguas: el que devolveremos y el que desplegaremos de regreso a casa. Debemos descartar tales eclecticismos: un paraguas puede cobijar a una, dos y hasta tres personas, pero jamás se ha visto que una sola persona decente lleve dos paraguas a la vez. Y en cualquier caso, no quisiéramos parecernos a ese infeliz personaje de Alejandro Zambra -el hombre más chileno del mundo-, que caminaba por las calles de Lovaina sirviéndose de un paraguas azul para mantener el equilibrio, y de uno negro, para la lluvia. La posibilidad de que dos personas caminen codo a codo, cada cual cargando su propio paraguas y que luego retornen bajo uno solo, resulta odiosa por las razones anteriormente apuntadas y, a mayor abundamiento, por motivos de seguridad: es extremadamente fácil que aquella de menor estatura, por obra de los agudos palillos del paraguas, deje tuerto a su acompañante al acercarse para atender a la conversación entorpecida por el estrépito de la lluvia. Por honestidad filosófica debo reconocer que no es del todo imposible devolver un paraguas. Bastaría con contar con un preciso parte meteorológico que asegurara que va a llover de tal a tal hora para que luego, cuando haya escampado, pudiésemos desandar nuestro camino, con la cabeza descubierta, silbando alegremente y saltando sobre las posas, si se quiere. Pero la verdad es que, desde tiempos del almirante FitzRoy, la meteorología no ha demostrado ser una ciencia que otorgue garantías de confiabilidad. Las perspectivas que inaugura mi esbozo de teoría del préstamo de paraguas abren un importante campo de estudio, a mi juicio, insuficientemente desarrollado: la teoría de los regalos perfectos, donde el paraguas usado tendría un lugar preeminente.

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