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Otros usos

Mi padre, Don Tejón, solía indignarse con esa costumbre mía de ocupar reverso del tenedor para untar la mantequilla. Le horrorizaba la perspectiva de que en el futuro, con toda seguridad, estropearía las cenas elegantes subvirtiendo la severa reglamentación del cubierto. En vano intenté convencerlo de que cualquier palurdo emplearía el cuchillo de mantequilla para untar mantequilla, pero en cambio, era necesario algo de talento para hacer de un vulgar tenedor una herramienta polifuncional. Tales disgustos le daba al pobre Don Tejón en mi niñez. Me construía además una pintoresca reputación de defensor de causas difíciles entre los demás mamíferos de la familia, lo que no tardaría en traer sus consecuencias. Estaba pensado en espejos y me acordé de esto. Es decir, estaba pensado en los usos de los espejos y me acordé del caso del tenedor. El punto es: las cosas tienen una utilidad, por así decirlo, corriente, pero que no excluye otras utilidades especiales, acaso más interesantes. Así un espejo sirve corrientemente para arreglarse el nudo de la corbata, ensayar cinematográficos monólogos a lo Edward Norton en La Hora 25 o verse fumar un cigarrillo, es decir, para fines más o menos narcisistas. Haciendo a un lado la faceta de vigilancia y espionaje (periscopios, espejos de seguridad en las tiendas, reflexión de ropa interior femenina), los espejos pueden usarse también para desviar haces de luz. El truco permite, desde cegar momentáneamente al adversario en un duelo, hasta enviar señales S.O.S. para ser rescatado de una isla remota. Deben existir otras formas de valerse de un espejo. A mi la última que se me viene a la cabeza es aquella vieja prueba tanatológica. Se acerca el espejo a la nariz del moribundo y si no se empaña, entonces es el fin. ¿El fin? Si, pero como no quiero dejar pasar la ocasión, apuntaré que, en caso de apuros, se puede descorchar una botella de vino con un zapato. Está en internet.

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