Monday

Boxeador erudito

Anoche, por desvelo, hojeaba mi primoroso ejemplar de Las Olímpicas de Henry de Montherlant (Thor, Barcelona 1983): cómodo formato, papel grueso, profusamente ilustrado con fotografías del archivo de los Juegos Olímpicos. Me percaté por los apuntes garrapateados quizá hace cuantos años, según mis odiosas maneras de entonces (y que por cierto mantengo hasta la fecha), que lo que me había llamado la atención eran más bien las notas del traductor, un señor llamado Jorge de Lorbar. Y no es que antes o ahora tuviese mucho más que política en contra de los autores de extrema derecha -como lo fue de Montherlant-, quienes, se debe reconocer, han escrito tanto o más bien que sus colegas moderados o de izquierdas. Pero qué se yo; una cosa es entusiasmarse con Usain Bolt o teorizar sobre las cualidades acuáticas del bigote de Mark Spitz o la mirada de Yelena Gadzhíyevna, y otra todo aquello de orden, camaradería y cuádriceps, que está muy bien sobre el pasto, pero por escrito, fuera de Grecia y los suplementos deportivos, me sigue sabiendo un poco a sopa fría servida en un casco. En fin. Una de las llamativas notas de Lorbar precisa a propósito de un cuadrilátero parisino: "Hacia 1920 había combates de boxeo (por desgracia no entre eruditos...) en la llamada Sala de las Sociedades Eruditas". Recordé entonces la fotografía que Luis Ramón Marín le hiciera a Primo Carnera, hombre forzudo, asesino del ring, gigante bueno, tocayo de un célebre fascista y, muy probablemente, todo un boxeador erudito.

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