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Microvandalismo

El lanzamiento de piedras a carros blindados, la colocación de bombas de ruido en basureros, la quema de llantas, la destrucción de grandes ventanales o el saqueo de supermercados, llamados épicamente, "lucha" por un lado y, reaccionariamente, "vandalismo" y hasta "terrorismo" por el otro, son todas cosas muy bonitas pero que me parecen hoy por hoy empapadas de sentimentalismo y floklore jacobino espantosamente aburridos, eso al margen del valor de las consignas. Siento nostalgia de un buen robo de banco hecho como Dios manda o hasta de algo más simbólico, pongamos, dinamitar El Buque escuela Esmeralda -cuando los marineros bajen por unos tragos, se entiende-, pero la verdad es que mis ideas subversivas más profundas se apreciarían mejor bajo una lupa pues adhiero sin reservas a la secreta conjura microvandalista. El Microvandalismo tiene por propósito socavar como termitas la fea mansión institucional. El microvandalista actúa como un duende que escondiera anillos de bodas y dentaduras postizas o como un espíritu chocarrero que cita a Robert Walser o dibuja patos y otras obscenidades en vidrios empañados o papeletas electorales. Me gustaría hablar más de los postulados del Microvandalismo, pero estando pendiente la adopción de un manifiesto oficial, prefiero citar un ilustrativo ejemplo de acción microvandalista, protagonizada por Velcro, personaje del relato Verlco y yo (1996) de Martín Rejtman: "Cada martes, al final de la tarde, vamos juntos al supermercado. Velcro juega con los stickers que le ponen a la fruta y la verdura cuando la pesan. Pone el de manzanas en la bolsa de las uvas y el de las uvas lo pega directamente sobre la cáscara del zapallo. Los cambia siempre de lugar para confundir al cajero, que nunca se da cuenta de nada."

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1 Comments:

Blogger C. B. said...

Me gusta eso del microvandalismo. Hum... Creo que encaja dentro de mi actitud microanarquista y micronihilista.

23 May 2012 at 10:49  

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