Friday

diez botellas y elefantes infinitos

No había podido escribir nada. Graves asuntos familiares me lo impedían: hace cosa de meses mi abuela decidió poner un ladrillo en el acelerador de su 4X4 y correr contra el tránsito por el camino vecinal, carrera que terminó en colisión frontal contra un estúpido caballo blanco. Salió ilesa, pero sin embargo el perverso tío H logró declararla interdicta por demencia y someterla a su tutela y curaduría. La mala noticia, fuera de que ya no voy a tener parte del testamento, es que para su cumpleaños número noventa y siete mi abuela pidió que le hicieran mote con huesillos en el SYGI (Silver Years Geriatric Institute), se atragantó con un cuesco ante la estupefacción de los funcionarios desconocedores la maniobra de Heimlich. Desde entonces me encuentro de luto. Lo que es el caballo ni para charqui. He aquí la razón para tantos meses en la más completa inactividad digital.

Pero de lo que quería escribir era de música, en particular de dos canciones ambas particularmente atroces.

La primera es esa popular canción del elefante que se balanceaba –en otras variantes, columpiaba- en la tela de una araña, y como ve que resiste va a buscar a un camarada –o a otro elefante- y así hasta el infinito. Si mi cerebro adulto aún siente vértigo ante la sola idea de un infinito conglomerado de camaradas paquidermos balanceándose en una tela araña -sobre todo teniendo en cuenta las connotaciones políticas de la palabra camarada y a la caza furtiva en pos del marfil-, mis infantiles nociones lógicas se desfondaban en la mas completa angustia ontológica.

La otra canción es esa de las 10 botellas verdes que estaban paradas en el muro y que una a una van cayendo y haciéndose trizas en el suelo. La canción se repite con monótona animación, hasta que una vez que han terminan por caer todas las botellas, entonces, a lo menos en la versión más bien folk de mi jardín infantil, se canta con voz funebre alargando las vocales:


there were no green bottles

standing on the wall


La tragedia de las botellas finitas, la tristísima la imagen de un cementerio de botellas verdes rotas no parece impedir celebrar los encantos de la sustracción y que aun queden algunas paradas. Absurdo como la vida misma.


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