diez botellas y elefantes infinitos
Pero de lo que quería escribir era de música, en particular de dos canciones ambas particularmente atroces.
La primera es esa popular canción del elefante que se balanceaba –en otras variantes, columpiaba- en la tela de una araña, y como ve que resiste va a buscar a un camarada –o a otro elefante- y así hasta el infinito. Si mi cerebro adulto aún siente vértigo ante la sola idea de un infinito conglomerado de camaradas paquidermos balanceándose en una tela araña -sobre todo teniendo en cuenta las connotaciones políticas de la palabra camarada y a la caza furtiva en pos del marfil-, mis infantiles nociones lógicas se desfondaban en la mas completa angustia ontológica.
La otra canción es esa de las 10 botellas verdes que estaban paradas en el muro y que una a una van cayendo y haciéndose trizas en el suelo. La canción se repite con monótona animación, hasta que una vez que han terminan por caer todas las botellas, entonces, a lo menos en la versión más bien folk de mi jardín infantil, se canta con voz funebre alargando las vocales:
there were no green bottles
standing on the wall
La tragedia de las botellas finitas, la tristísima la imagen de un cementerio de botellas verdes rotas no parece impedir celebrar los encantos de la sustracción y que aun queden algunas paradas. Absurdo como la vida misma.
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