Saturday

cabeza de pollo

Creo que ya lo había mencionado, pero por las dudas lo repetiré: me parece de pésimo gusto eso de ir por la vida vanagloriándose de la mala suerte que se tiene, de la mala memoria, de lo despistado, pobre y hasta de lo incompetente para las matemáticas que es uno...es absurdo presumir sobre los propios defectos, intentar convertirlos en grandes atributos por obra de unos cuantos pases mágicos de cinismo.

Digo lo anterior disculpándome de antemano por la siguiente confesión: soy un experto perdedor de cosas, olvidadizo empedernido de paraguas, lápices y teléfonos celulares, y lo más probable es que si la cabeza humana fuese desmontable, mi cuerpo andaría por ahí caminando descabezado como ocurre algunas veces cuando se decapita a un pollo.

Tengo tanta experiencia en perder cosas que he desarrollado una suerte de desapego preventivo para con los objetos, sobre todo con los más preciados. Consiste en darlos por perdidos desde el momento mismo en que entro en posesión de ellos, así cuando los extravío, no experimento casi ningún pesar. De ésta forma una bicicleta, un encendedor, una bufanda, una nueva cedula de identidad o un billete de $10.000, se convierten automáticamente en especies amenazadas por el peligro de extinción.

El mecanismo de la resignación funcionaba como de costumbre hasta hace unos días atrás, cuando se me quedó un libro en el bus que me traía a la capital de la republica desde las remotas provincias del sur. Se trataba de un viejo volumen de El Viaje Sentimental de Laurence Sterne –uno de mis escritores no leídos favoritos-, publicado por Espasa Calpe. El libro, que adquirí por un precio inferior al de un viaje en micro, había reposado desde hacía unos cuantos años junto a otros clásicos publicados en la fabulosa colección austral de ésta misma editorial (Gómez de la Serna, Wittgenstein, Chesterton, por ejemplo). Lamento la perdida por que es claro que ya no leeré esta obra, pero mas que nada por el destino cruel que le aguarda a éste libro, aunque siendo consecuente, ya lo era desde que puse mis ojos en el; por lo viejo que estaba y lo poco popular de su autor, lo más probable es que sea tirado a la basura o abandonado sin ser siquiera hojeado. Tal vez debería cambiar mi cama de posición para evitar el peligro de levantarme con el pie izquierdo.

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