Lámina uno.
Quien se niegue a reconocer que el sacacorchos de dos tiempos asemeja una suerte de crustáceo mecánico -un langostino para ser precisos- no tiene imaginación o carece de bagaje gastronómico. Si ve una especie de ave suma medio tanto.
Lámina dos.
Más obvio, el sacacorchos de alas sugiere un androide al que aún no se le ensamblan las piernas u orugas de tracción y que, puestos a hacerlo mover los brazos, evoca la gimnasia aeróbica, aquella disciplina caída en desuso a comienzos de siglo ante la feroz arremetida del yoga y la zumba.
Por motivos de economía digital no se ilustrará al clásico descorchador de punzón en forma de T que parece y es un arma potencialmente homicida.
El segundo asunto relativo al descorcharmiento es, si se quiere, una insignificante sutileza. Entiendo que una vez destapada la botella existen bebedores moderados que deciden volver a cerrarla con miras a almacenar el restante vino para la posteridad. En el mercado se consiguen una suerte de tapones, en general metálicos, coquetos, horribles y vagamente cónicos, diseñados al efecto. Ni siquiera vislumbro la posibilidad aceptar que se me regale uno. De hecho pagaría por no tener tamaño despropósito entre mis enseres domésticos pues volver a tapar el vino con su propio corcho me parece por completo encantador: darle la vuelta, presionarlo por el cuello verde de la botella y que quede el segmento que estuvo dentro hacia afuera, impregnado de tintes y aromas etílicos.


Sí!!, cuando chica jugaba mucho con el primero, ahora tengo el androide, pero se le salieron los brazos...
ReplyDeleteSí!!, cuando chica jugaba mucho con el primero, ahora tengo el androide, pero se le salieron los brazos...
ReplyDeleteDan pena los androides mutilados: no sienten dolor e intentan seguir haciendo aquello para lo que fueron programados inútilmente. Saludos.
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