Entre las más altas virtudes de mi hermano, y no tiene pocas, se cuenta la principesca -digo principesca pese a que tanto él como quien escribe somos ardientes republicanos, muy capaces de ponernos a aullar God save the queen contra el viento de las islas Malvinas- capacidad de perder el tiempo encantadoramente.
Una de las despreocupaciones principales del muchacho consiste en la instalación de extrañas estructuras sobre su bien formada cabeza: una palangana portada con la dignidad del Yelmo de Mambrino, un tricornio de cotillón en él resulta imponente, una caja de cartón cual escafandra, una bufanda escocesa como el turbante de un faquir...
Un día, entre mates y mates, cigarrillos y cigarrillos y sombreros y sombreros, lo oí sentenciar sabiamente por encima de la música de Iggy y los Stooges:
"Bien visto, cualquier objeto resulta potencialmente un buen sombrero."
Creo que Smoky tiene planificado que su hora final llegue una bonita tarde de primavera, cuando, ganduleando por las calles como solo él sabe hacer, al pasar bajo un balcón se estrelle un frondoso masetero contra su cráneo y él desfallezca en el acto tocado de tan simpático sombrero.
Espero que su voluntad se cumpla, pero en muchos años más.
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