Saturday

El caso de los carteles misteriosos espera solución

Quiero pasar mi jubilación gruñendo tras el mostrador de una ferretería en el pueblucho más feo de Chiloé y atormentar a los compradores con enigmas de gasfitería y quincallería que iré copiando en una libreta según me vayan saliendo canas. Seré poco sociable y no me esforzaré jamás en darme a entender ni mucho menos en cortar los pelos que asomarán frondosos por mi narizota. Cambiaré los cigarrillos por una pipa apagada y mi único empleado, confidente y compañero de copas será un taimado perro viejo. Fuera de espantar a la de por sí nula clientela, no tendré más ocupación que escuchar el obituario y los programas deportivos de la radio y leer almanaques apolillados...
Podría pasar un buen rato así, imaginando las más deprimentes vindicaciones para no tengo claro qué afrenta en particular ¿El ruido de cañerías y demás descomposturas del hogar?, ¿las tantas amarguras y tamañas sinrazones de los dos últimos siglos?, ¿la jornada laboral ordinaria? Pero no dejaré que el malhumor me desvíe de lo que pretendía contar, que poco tiene que ver con ferreteros implacables ni mi jubilación, si no con los misteriosos carteles de la hiperferretería del metro Ñuble, aquel deplorable recinto donde se venden a crédito las piezas de algo así como el hogar, modelo para armar. El asunto es que andábamos en pos de determinados artículos, bastante extraviados por pasillos sobre iluminados, cuando Glenda me señaló una extraña advertencia, que como nos percatamos luego, estaba pegada por todo el centro comercial a unos tres metros de altura. Se me pasó por la cabeza consultar con alguno de los los dependientes que en ocasiones uno se encuentra por aquellos laberintos, pero prontamente descarté tal idea pues he notado que, al contrario de los ferreteros tan dispuestos a responder con acertijos a los enigmas domésticos que uno les lleva, estos personajes suelen evadir el contacto humano respondiendo cualquier idiotez o, las más de las veces, encogiéndose de hombros y señalando a otro colega, cadena de delegaciones que puede fácilmente tomar kafkianos derroteros.  Se me ocurrió que, a fin de estudiar con más calma el mensaje, podría pedirle a Glenda que me facilitara la cámara fotográfica de su teléfono y, nervioso, pues cada vez que intento tomar fotografías me asalta una timidez irresistible, disparé con el siguiente resultado, lamentable como se podrá apreciar.

Decidí que sería más provechoso encaramarme en los anaqueles y despegar el susodicho cartel como evidencia material. En casa hice una nueva foto algo más clara que no deja nada de nada en claro. 
¿Cuidado con qué? ¿La altura acaso? ¿Pero a qué entonces el cuente atrás? ¿Contar qué? ¿Metros? ¿Mercancías? ¿Peldaños de una escalera plegable? ¿Atrás donde? ¿Será un llamado a iniciar la cuenta regresiva? ¿Y qué pensar de la lupa? ¿No sugiere acaso un enigma detectivesco? ¿Se tratará de una insondable disposición administrativa para los esquivos funcionarios o es que se busca poner al público al corriente de un peligro latente en el contar ahí mismo quien sabe qué? ¿O será quizás una imaginativa acción microvandálica cuyo sentido se me escapa por completo? Por cierto, ni idea. 

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