Friday

cenizo



Cenizo es de esas palabras tristonas y cómicas hechas para guardarlas en un compartimiento especial y sacarlas cuando no haga falta y, según el DRAE, se refiere a un aguafiestas o a una persona que tiene mala sombra o que la trae a los demás. A riesgo de que la mala suerte cayera sobre mis hombros, me había propuesto confeccionar algo así como un
Cuaderno de asuntos cenizos, sin embargo dadas las ingentes explanadas del país de la gettatura, y en pos del sagrado principio blogístico-miniaturizador, me decidí por apuntar unas pocas líneas, si bien escasas, redomadamente cenizas.

En Lady sings the blues, Billie Holliday, cuya desdichada vida la posiciona como seria candidata a la presidencia del Club de cenizos de La gran manzana, nos da una interesante pista sobre el origen de su mala suerte crónica: "(...) Papá siempre quiso tocar la trompeta, pero nunca tuvo oportunidad. Antes de que llegáramos a comprarla, el ejercito lo cogió y lo embarcó a ultramar. Tuvo la mala suerte de ser uno de los que respiraron gases tóxicos, lo que le estropeó los pulmones. Sospecho que si hubiera tocado el piano le habrían dado en las manos". Cae de cajón: además de adquirirla vía espejos rotos o gatos negros, la mala suerte puede ser algo hereditario.


Bueno, esta es Billie cocinando un bistec para su perro Mister, por Herman Leonard.


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Wednesday

mas sobre teléfonos (chau Tabucchi)

Las llamadas telefónicas, ni que decirlo, me parecen de lo peor. Están aquellas atropelladas y sumarias que persiguen mezquinos fines prácticos (tomar una hora para el dentista, hacer saber al morador de una abúlica casa, que parece no inmutarse mientras te empapas en la vereda, que estás ahí esperando a que te deje entrar, preguntar a la secretaria de un tipo sin rostro cuando puedes pasar por tu cheque, etc.) o diplomáticos (desear feliz año nuevo a una tía abuela que vive a tres mil kilómetros donde pasaste las últimas vacaciones de invierno, invitar un café a algún viejo conocido de una ciudad donde no tienes otros, etc.). Pero la perversidad de la telefonía muestra su cara más feroz en la desesperación del que telefonea al ser querido y se pasa media hora hilvanando sentimentalismos con silencios, atropelladas frases con islotes monosílabos, sin dejar de sentir en todo momento la monstruosa certeza del gran despropósito que encierra su llamada, ya que lo que más anhela no es ni por asomo hablar, si no estar del otro lado de la linea. Dicho lo anterior a nadie extrañará que quedara tan prendado de Ms. Plum una noche en la que, tras ser instada repetidas veces por un grupo de chicas a realizar una llamada para preguntarle no se qué a no se quién, se excusó de hacerlo afirmando seriamente que ella no sabía hablar por teléfono. Y más vale no perder de vista el riesgo del malentendido, tan consubstancial a la telefonía, que como sentenció Kafka, "será nuestra perdición". No me caen muy bien los teléfonos, pero sin duda me he dejado llevar por el encanto de la exageración, así que para matizar viene a cuento aquel juego del teléfono roto, que juega con la deformación del mensaje original, y que es capaz de arrancar no pocas carcajadas a los jugadores. Como sea, es innegable que la actividad telefónica tiene sus extrañezas y sutilezas, como en estas líneas de Antonio Tabucchi, autor al que agradezco más de un buen rato y que falleció hace pocos días:

"Pereira, la otra vez te tuteaba, no sé porqué sigo ahora tratándote de usted. Como a usted le parezca señor director, respondió Pereira, quizás sea a causa de teléfono." (Sostiene Pereira)



Sunday

mi periodo azul

La fotografía y la telefonía en general, y el tomar fotografías y contar con teléfonos capaces de hacerlo en particular, son el tipo de asuntos que me merecen las más amplias miradas al techo y los más profundos encogimientos de hombros. Sin embargo hace unos días, en plan de visita a Vovò, vieja compañera del Club de la Musaraña Pigmea, fabricante de galletas difícilmente comestibles y madre de los adorables Guillermo del averno y Alana la villana, tomé una fotografía, otra de las pocas en mi vida, y que ciertamente está en la línea mi primer (y seguramente último) periodo artístico al que podría llamar: El periodo azul. He aquí mi obra íntegra:

La fregadora de trastos (2012)

Mis viejos zapatos (2010)

Some faraway beach (2006)

El día de La fregadora de trastos, por confusión, me llevé al partir tanto mi teléfono como el de Vovò, falta que luego intenté justificar esgrimiendo que resultaban altamente idénticos para una mirada inexperta. Tal parece que la pobre no pegó un ojo en toda la noche, pues, tan exagerada y musaraña como es, temía quedarse dormida por la mañana y que Gillermo, Alana y ella misma se retrasaran para el jardín infantil, escuela y universidad respectivamente, sufriendo el cúmulo de calamidades que suelen desencadenar los atrasos matutinos en día lunes, y es que para algunos un teléfono celular es, además y sobre todo, un reloj despertador.



Thursday

la grosería de la alcachofa











Las alcachofas siempre me han parecido encantadoras: ¿No resulta acaso encantador deshojarlas lentamente hasta descubrir su tierno corazón verde?, y además, ¿No es autenticamente poético el que sean una enorme flor de cardo cuyas semillas cabalgan perezosas sobre la brisa? Recuerdo que la primera vez que vi La Strada de Fellini, quedando inmediatamente prendado de Giulietta Massina haciendo de la escuchimizada Gelsomina, me hizo tantísima gracia la parte en que Il Matto le dice a esta última: "Qué graciosa cara tienes, ¿segura que eres una mujer?, pareces más bien una alcachofa". Años más tarde, en una íntima presentación de mi querida Rosario Blefari creo que pensé algo por el estilo, algo del tipo: "querría ser su gato, no su novio". En fin, el caso es que leyendo la novela El Lemur de Benjamin Black —adquirida principalmente por su seductora portada, su precio de ocasión y por que el autor resultó ser el alter ego del escritor irlandés John Banville—, me encuentro con éste original diálogo conyugal entre John Glass y Louise Mulholland:

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó.
—Redacto las invitaciones para el martes.
—¿Para el martes?
—La fiesta en honor de Antonini.
—Ah. El pintor.
—Sí —dijo ella, e imitó su tono inexpresivo—. El pintor.
—Creo que le produces... no sé, flojera. Ella no se volvió, ni tampoco levantó la cabeza.
—No me digas...
—O, mejor dicho, seguramente se la pones dura.
—No seas grosero, por favor.
—Ése soy yo: más grosero que una alcachofa.

No se me hubiese ocurrido que las alcachofas tuviesen nada de prosaicas ni mucho menos de groseras, pero por ahí, forzando un poco las cosas, dándole vueltas a sus efectos fisiológicos y tomando conocimiento del indecente mito griego de Zeus y Cynara, creo que puedo formarme una vaga conjetura sobre la grosería de la alcachofa, aunque finalmente, en parte por negligencia, en parte por mis íntimos afectos, prefiero pensar que son cosas de irlandeses, rarezas como el hundimiento de una armada que es a la vez invencible o como ese tal Finnegans Wake, del que se apenas tres cosas: que lo escribió James Joyce, que de ahí se tomó el término físico para las partículas subatómicas aún más pequeñas que los electrones y que es el nombre de perro más pretencioso y horrible que haya sentido nombrar en la vida.

Sunday

cosas que pasan

Después de algo así como una década de diáspora vuelvo a vivir en mi lluviosa ciudad natal (la de los primeros cigarrillos, las primeras lecturas, los primeros amores), donde para variar, llueve sin prisa. El ambiente es tan familiar que no puede dejar de resultarme completamente extraño. Una de las cosas que me traía olvidada de acá es la dificultad para conseguir locomoción después de cierta hora: los taxis suelen transitar a toda velocidad sin hacerme el menor caso, y tampoco es que pongan mucho de si para no salpicarme el agua turbia de los charcos. Los colectivos en cambio sencillamente brillan por su ausencia. En tales circunstancias no queda mucho más que esperar parado en una esquina o hacer a pie el camino a casa, es decir, empaparse invariablemente, pero en lugar de decidir, me quedé viendo con resentimiento a un jodido wolkswagen blanco que pasaba moviendo frenéticamente sus limpiaparabrisas hasta perderse en una curva. Recordé entonces la frase favorita de mi abúlico hermano menor, a quien acababa de dejar bajo techo en la grata compañía de la televisión de trasnoche y murmuré entre dientes, con el blues de un hombre mojado hasta los calcetines, a propósito de nada en particular, qué-se-yo, de las nubes, de los amores perdidos o del wolkswagen blanco: "son cosas que pasan".

Por más que lo pienso no se me ocurre un título más ridículo que "Jazzuela" para la banda sonora de Rayuela, pero en fin, con Uds. Mr. Jelly Roll Morton:



Friday

El perro que aprendió a robar los huevos

Entre las bestias mencionadas por la sabiduría popular, donde brillan con luces propias el perro del hortelano, el burro del gitano o el gato y los ratones sospechosos de haber comido la lengua de los que se quedan sin palabras, mi favorito es el perro que aprendió a robar los huevos, en parte por que mi sabia madre suele compararme con él a la menor provocación, pero con mayor seguridad, debido a aquella marcada simpatía por la delincuencia presente en mi desde que tengo recuerdos.
El caso es que dentro de mi colección malos hábitos se cuenta el de pasarme las horas ociosas googleando negligentemente mis simpatías, y así, sin necesidad de ver esos lamentables programas de perros que pasan en el cable ni de rebuscar en la Historia de los animales de Claudio Eliano, libro que desde luego desearía tener, me topo con cosas del tipo:

Sarita: ¿Es malo que los perros coman huevos? ¿Hay un dicho que dice "perro que come huevos ni quemándole el hocico"? (...)
Flor del cielo: (...) No, no es malo que coman huevo ocasionalmente, es una excelente fuente de proteínas de alto valor, aunque les ocasiona algo de flatulencias aunque esté acostumbrado a comerlos.
Ahora bien, ese dicho famoso que mencionas es algo parecido al otro que dice "perro viejo no aprende trucos nuevos" y ambos hacen referencia a que es muy dificil eliminar una mala costumbre o cambiar lo que nos desagrada de los demas. Ese dicho en particular que escribiste, es algo que viene de la vida en el campo, donde se crian algunos animales para autoconsumo, entre ellos gallinas para produccion de huevo de plato y claro, tambien tienen perros para compañia y auxiliares en las faenas de pastoreo y guarda de la propiedad. Hay perros que aprenden a "robar" los huevos de esas gallinas y comerselos, dejando a la familia sin desayuno, para cuando los propietarios se dan cuenta, esa costumbre esta tan arraigada en el perro que es dificil quitarsela, mucho mas porque el perro "caza" furtivamente y espera con paciencia a que las gallinas pongan, y como el dueño no vigila al animal todo el tiempo y usualmente roba huevos cuando nadie lo esta viendo, es muy dificil quitarles la costumbre de comerselos, ni quemandole el hocico jajajajajaja (claro, el perro recibe un castigo a destiempo y jamas comprende porque se le esta regañando, él no asocia su accion con algo malo, para el es completamente normal y natural hacerlo, pero perjudica al propietario sin saberlo).
(Fuente: yahoo respuestas)

...o simplemente con el bueno de Johnny Cash haciendo el payaso.