Monday

llantos comparados


En caso de ver un día a alguien sollozando en un cualquier aeropuerto del mundo -no sé porqué pienso en aeropuertos y no en plazas o estaciones de tren-, sobre todo en India o Pakistán, creo que sería de buena crianza ofrecerle un kleenex y pronunciar alguna palabra de consuelo. A mi juicio, la forma más adecuada de consolar al atribulado consiste en hacerle saber que tiene todo el derecho del mundo a llorar cuanto le venga en gana, y al efecto basta y sobra con un "llore, llore", acompañado de dos o tres discretas palmaditas en el hombro. Ahora bien, si fuese yo quien sufriera una honda tristeza en el aeropuerto Benazir Bhutto de Islambad o en cualquier otro sitio, de seguro preferiría ser consolado en mi lengua materna en lugar serlo mediante la desarraigada formula del "cry, cry". Entonces, para saber si debemos emplear "kergie shar dan, kergie shar dan" (en persa), "runa, runa" (en hindi), o algún equivalente occidental al consabido "cry, cry", resultaría sumamente pertinente tener a buen recaudo las siguientes líneas: "Este hombre no es afgano, que los afganos lloran haciendo "¡ay, ay!". Y no es indostaní, que éstos lloran haciendo "¡oh, oh!". Éste llora como los blancos, que hacen "¡bua, bua!" (Rudiyard Kipling, Uno que fué).



Friday

singular conjunción




Di con este singular video, doble o triplemente curioso para mi por razones que paso a explicar. Uno. Sufro una indescriptible, psicopatológica y endiabladamente pavorosa aversión a los cetáceos -créanme, hasta escribir la palabra me produce escalofríos-. Sin importar que se trate de juguetonas marsopas, desproporcionados cachalotes, de esos clowns siniestros que son las orcas, de los míticos narvales o de una bobalicona beluga, preferiría no tener que ver a éstos monstruos ni en pintura. Dos. Lo que se ha dicho de los cetáceos vale, salvadas las profundas distancias oceánicas, para con los mariachis. Tres. El que la conjunción de dos cosas repelentes resulte finalmente agradable me deja harto perplejo. ¿Se tratará de una propiedad emergente del sistema desagradable? ¿O de la regla sengún la cual negativo multiplicado por negativo da positivo? ¿Cambiaría mi antipatía hacia el presidente de la república si se pusiera a bailar tap en compañía del ministro del interior? Perplejidad, mucha perplejidad.

Tuesday

mate con Arlt






Leyendo Los Siete Locos de Roberto Arlt me he topado con tantas frases estupendas ("entre murallas de viento, por las calles del centro, en busca de un lenocinio";"un encalmamiento crepuscular"; "Entre bosques de nubes blancas, aparecía como metal recién lavado un caracol de cielo"; "las ruinas donde duermen las escolopendras") que por ahí hasta sería buena idea, pienso, componer algo así como un poema en base a recortes de Arlt. Y bien, como decía, estaba dándole a Los Siete Locos, lectura algo tartamuda por las frecuentes interrupciones para anotar frases buenísimas, cuando me topé un pasaje que llamó vivamente mi atención de mateador tenaz. La escena es así: Erdosain había llegado a su departamento a las dos de la madrugada, la víspera del crimen, presa de una tristeza horrible y su huésped, Hipólita o La Coja, que despertó por el ruido, se levanta y se sienta a su lado en el sillón:


"-¿Está triste? -preguntó.
-Sí.
Luego se callaron y un relámpago violeta iluminó los recovecos del patio oscuro. Llovía.
-¿Quiere que tomemos un mate?
-Sí.
En silencio preparó el agua. Ella miraba abstraída los cristales donde tamborileaba la lluvia, mientras Erdosain aprontaba la yerba. Luego sonriendo entre lágrimas, dijo:
-Yo lo cebo a mi modo. Le gustará.
-¿Porqué estaba triste?
-No sé... la angustia... hace mucho tiempo que no vivo tranquilo (...).
Con sonrisa pueril agregó Erdosain:
-Cuando estoy solo... a veces suelo tomar."


Como se ve, desde su llegada, el ánimo de Erdosain ha mudado de una tristeza desgarrada a una pálida alegría, entretanto no ha hecho más que cambiar un par de palabras con Hipólita y cebar un mate. Pero no vamos a pensar que es un borderline solo por eso, para hacerlo deberíamos ir unas diez líneas mas adelante (al- rededor de 5 minutos narrativos), cuando, tras pedirle permiso a Hipólita para besar su mano, suelte la más extravagante declaración de buen humor:


"Vea... si usted me pidiera ahora que me matara, yo lo hacía. Tan contento estoy"


Me pregunto qué cuernos puede ocurrir en tan solo diez líneas para que un personaje se ponga contento al punto de que le den ganas de matarse, y no de la risa precisamente, como hace fe la pistola en el bolsillo de Edorsain. Y claro, a veces pasa mucho en diez líneas, por ejemplo una eternidad, pero aseguraría que incluso a los volubles personajes de las novelas rusas, el trance de la amargura más amarga a las siniestras efusiones de alegría, o viceversa, les toma por lo menos unos tres párrafos.


Mi teoría es que mezclar el vodka con el mate resulta explosivo: Arlt, gracias a ésta novela, se ganó el mote de Dostoievski porteño y, como se sabe, matear es un hábito muy porteño (que bajó navegando a toda máquina el Río Paraná y llegó por el Río de La Plata hasta Buenos Aires), entre cuyas propiedades se cuenta, además de consolar desconsuelos, la de precipitar las cosas a una velocidad inalcanzable hasta para un samovar supersónico.







Monday

hambre


Tenía tanta hambre. Había desayunado muy temprano dos cafés y una mandarina, almorzado cigarrillos, merendado un chicle y terminado la jornada brindando con cerveza. Mis tripas protestaban y con justa razón; su consigna, inspirada ideológicamente en un relato del escritor anarquista Manuel Rojas, era "¡leche y vainillas! ¡leche y vainillas!", pero como no sé a ciencia cierta qué son las vainillas, solo les pude ofrecer bizcochos y un tetra pak de leche entera a mis tripas. Comí con mucha seriedad, pensando en lo respetable que es el hambre, en que la comida es cosa digna de cariño y en los artistas del hambre. Enumero mis pensares deshilvanados.


Uno. "Amiga, muy a menudo nos detuvimos en medio de nuestras caricias / Para escuchar esa canción de nosotros mismos; / Cuánto decía, a veces / Mientras nos esforzábamos para no reírnos. / Era algo que subía de lo más recóndito de nosotros, / Ridículo imperioso, / Más alto que todos nuestros juramentos de amor, / Más inesperado, más irremediable, más serio- /¡Oh la inevitable canción del esofago!" Los versos son de Valery Larbaud, del poema borborigmos, gracioso nombre para los ruidos intestinales que visitan a los enamorados recordándoles que no se puede vivir del amor.

Dos. El género electro-pop se aboca preferentemente a motivos naïf ("cuando haces tecno pop ya no hay stop" - The Raros) o bizarros ("soy Drácula y tengo mecanismo de mujer" - MacNamara), lo que no impide a Javiera Mena sostener una profunda tesis materialista en su canción Hambre. Hay que apuntar eso si que la primera versión de esta pieza de música protesta era interpretada en formato acústico, allá por los tiempos en que la artista sonaba como Cat Power haciendo
versiones de Mazapán.




Tres. La célebre escena del hambriento y ojeroso Charlot cenando su zapato en La Quimera del Oro siempre me ha resultado muy kafkiana, es decir espantosamente cómica. Con el tiempo el lunático de Herzog performará este afortunado gag.



Cuatro. Ricardo Piglia hace sonar por los alto parlantes de su distópica Ciudad Ausente la canción "Reptile Enclosure" en voz de Molly Malone, líder de la banda de descendientes de rebeldes irlandeses "The Hunger" (el hambre en castellano). Interesado por el post punk imaginario de Piglia, descubrí que Reptile Enclosure es un relato del escritor de apocalypsis fictons J.G. Ballard, autor admirado por el cantante de Bauhaus Peter Murphy, quien abre la película The Hunger de Tony Scott con la memorable canción "Bela Lugosi is dead". Me alegra no ser vampiro y contentarme con leche y vainillas, fuera de poder verme en el espejo al rasurarme.


Cinco. Mi papá nos decía cada vez que con mis hermanos, por no interrumpir nuestros juegos o por pura negligencia, nos saltábamos las comidas "ya están como el burro del gitano, que aprendió a no comer y se murió cuando ya había aprendido" ¡Qué tipo gracioso y con buen apetito mi padre! Sospecho además que está en posesión del récord al sujeto capaz de comerse en forma más lenta un bistec.


Seis. No pensé nada para el número seis, así que voy a improvisar... ¿Porqué será que las cosas de comer que no se venden por peso se venden por docenas o medias docenas, por ejemplo, los huevos o las empanadas, y no de cinco en cinco como pareciera sugerir el sistema decimal?... También los lápices de colores se venden por docenas y medias docenas. Una vez, hace muchos años, para una mitín neodadá celebrado en mi pieza ofrecí a la concurrencia y a sus enemigos imaginarios, infusión de virutas de lápices de colores. Fue un éxito muy colorido.







la arena


Me estoy volviendo sentimental. Debe ser culpa del paisaje austral, de "esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca" donde se puede buscar inspiración para las lágrimas según Cortázar. Ahora que lo pienso, he andado recordando mucho a Cortázar ultimamente, lo que no hace más que confirmar el hecho de que me estoy volviendo sentimental. Tal es mi sentimentalismo que el domingo, es decir ayer, paseando por la playa de Punta Arenas me pesqué un
tremendo acceso de melancolía , causado por el simple gesto de volver la vista atrás y ver mis huellas o las huellas de mis zapatos. Como sea, el asunto es que al mirar el rastro que iba dejando en la superficie limpia y suave de la nieve sentí unas ganas enormes de llamar por teléfono a una ex novia, preguntarle que había sido de su vida y ese tipo de cosas. Lamentablemente había tomado la prevención de borrar todos los teléfonos de ex novias, precisamente para evitar la posibilidad de llantos telefónicos o monólogos trasnochados, así que me vi privado de aquel recurso. Se me ocurrió entonces que lo más sensato sería arrastrar mis melancólicos pasos hacia la orilla, donde la marea había dejado al descubierto una franja de arena. De seguro mis huellas no serían tan tristes como en la nieve, después de todo, se trata solo de piedras diminutas, como bien comentara el protagonista del Eterno resplandor de una mente sin recuerdos. Funcionó: al cabo de unos pocos trancos se me había quitado casi por completo la melancolía austral y comenzaba a discurrir si se dice la arena o el arena. Al final me decidí por la.